sábado, 7 de febrero de 2009

Amantes de Hiroshima (III)


"Una vez oí un chiste: un hombre va al médico. Dice que está deprimido. Dice que su vida parece dura y cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazador en el que lo que le espera es siempre vago e incierto. El doctor dice: "El tratamiento es sencillo. El gran payaso Pagliacci ha venido a la ciudad. Vaya a verlo esta noche. Con eso se animará." El hombre empieza a llorar. Dice: "Pero doctor... Yo soy Pagliacci."

[La recuperación de Blake frente al Comediante. Qué puede quedar a salvo de la “broma de la vida“.]

Rorschach nos sorprende con este sentido epítome de la vida del Comediante. ¿A qué había sujetado éste su vida? Ciertamente, lo que él hubiese llamado "la broma del mundo" atraviesa su biografía desde su primera madurez hasta el momento de su defenestración -que no deja de ser su última actuación- y la expone al desconsuelo del que no tiene para resistir más que la risa. Su asesinato aparece también como su última payasada, porque al reclamar la atención de Rorschach da lugar a toda la trama de Watchmen y acaba teniendo un inesperado efecto cómico [véase el cap. 3-B] sobre el resultado de los planes de Veidt, que lo eliminó precisamente para asegurar el éxito de éstos. Como Rorschach, el Comediante no tiene pareja, ni amigos, ni vecinos a los que sujetarse y en los que confiarse -literalmente- hasta el último momento. Sin embargo, cuando descubre los planes de Veidt y pierde también el consuelo de la risa, se cuela en casa de su antiguo enemigo Moloch y busca su conmiseración [II, 22 y 23]. La conmiseración de ese viejo enemigo es quizás el único consuelo que Blake recibirá por parte de otro ser humano antes de su asesinato. Las rosas que Moloch deja sobre la tumba de Blake en su funeral son expresión de dicha conmiseración y su reconocimiento final, que sin duda tienen mucho que ver con el hecho de que Moloch se sepa en la fase terminal de un cáncer y se compadezca de la violenta muerte de Blake. "¿Así acabamos todos? Una vida en conflicto, sin tiempo para tener amigos... Y cuando llega a su final, sólo nuestros enemigos dejan rosas" [II, 26]. Pese al "cinismo moral" que ha atravesado su persona y ha decidido su vida, pese a que éste ha dado el tono general de una existencia que ha sido interpretada -y sobreactuada- como una broma y que ha poseído a su intérprete hasta conducirlo al absurdo de la amoralidad practicada como deber político, Edward Blake ha liberado y salvado algo de sí mismo, quizás sin advertirlo, al morir como el Comediante. Tras la muerte del Comediante, quizás Blake pueda encontrar un perdón que nunca hubiese esperado recibir en vida. Convertirse en el Comediante fue su opción para seguir adelante en un entorno en el que la desconfianza y la crueldad se encontraban ya rebullendo y proliferando: "-El mundo era duro. Yo tenía que serlo más, ¿sabes?" [II, 22]. Esta misma máxima, a la que el joven Blake entregó todas sus posibilidades de afirmar su libertad y apropiarse su vida frente a un mundo que no sólo se resistía, sino que se revolvía en contra de la misma, es la que acaba dominando toda su biografía y ajustándola a la representación del papel del Comediante. Como decíamos antes, este papel parece haberse fijado en él como un parásito y haberlo hundido en un continuo absurdo: el absurdo que rebosa en la vida del individuo que, por haberse puesto al servicio del gobierno de su nación y en nombre de la conservación de los referentes morales de la misma -o sencillamente, de su espacio político, de la relativa "paz cívica" que éste asegura dentro de sus fronteras frente al "todos contra todos"- queda entonces dispensado de cualquier responsabilidad moral, e incluso invitado a ser deliberadamente violento y amoral frente al así llamado "enemigo del pueblo americano" y, por eso mismo, autorizado por los poderes temporales a hacer todo aquello que, de no hacerse en nombre de los intereses del Gobierno de la nación y fuera de la nación, le hubiera supuesto una condena moral extrema ante el Dios americano. En ese papel, Blake se encuentra liberado de cualquier limitación moral -o al menos, de cualquier limitación legal- que antes pudiera haber puesto freno a sus intentos de asegurarse frente a la violencia del mundo contemporáneo por medio el ejercicio de una violencia todavía mayor a su favor. Desarrollando el personaje de ese disfraz y entregándole su vida, Blake pudo cometer tropelías durante la II Guerra Mundial, la Guerra del Vietnam, o sus actividades como agente "diplomático" en América Central y Sudamérica, pero fue siempre recibido y premiado por los poderes temporales como un "héroe" de la defensa de los valores americanos. No es de extrañar que, consecuentemente con eso, favorezca el poder del partido político que más prodigue la intervención bélica de los EEUU en el extranjero: sólo así se asegura un escenario en el que, por medio de las armas y la excepción a la moral, conservar la relativa paz y la precaria justicia política que, asentadas muy costosamente frente al "todos contra todos" y la desconfianza total, prevalecen en las fronteras de su propia nación política, a pesar de los conatos de desmoralización o rendición ante otras interpretaciones de la historia universal -como la del Hombre soviético. Esto no llegó a producirle problemas de conciencia porque quizás ya de salida contaba con que, en efecto, no había, ni tras sus actos ni tras los discursos morales del poder, más sustancia que la que pueda darse bajo una broma o una farsa. Tras su presunta condición de héroe enmascarado tenía que haber un vacío, una violencia sobre la existencia y una imposición encubiertas tan extremas como las que él había descubierto, al conocer la "broma de la vida", tras los valores mismos presentados por el discurso del orden político norteamericano, cuya defensa se le atribuye desde ese mismo poder. Blake se transformó en el Comediante tras descubrírsele progresiva y tácitamente esta "broma de la vida": la broma que consiste en el vaciamiento encubierto del valor todos los valores y el descubrimiento de que al ejercicio de una retórica del poder y el dominio le es indiferente tal vaciamiento: pues como tal retórica encubridora, carecerá de todo pretendido fundamento "transcendente", pero también se bastará a sí misma para hacer obrar a los hombres de una nación política como si lo tuviese, imponiendo un acuerdo entre ellos en lugar del "todos contra todos" -lo que, a efectos prácticos, justificaría cualquier imposición de orden: "es mejor para la ciudad una ley mala que ninguna ley", decía Platón. Siendo el Comediante asume el papel de un farsante: defiende, fingiendo caer en la ilusión, esa mera apariencia del valor de los valores; comoquiera que la apariencia puede defenderse fingiendo sin que esto merme la efectividad de la defensa ni un ápice, esta farsa le da lugar a hacer en realidad otra cosa, que sin duda hace a sabiendas y con fruición: imprime a la existencia, sin que nadie pueda censurarlo moralmente o condenarlo por eso, una contraviolencia extrema, gracias a la cual puede llegar a sentirse a salvo de la otra violencia que la existencia misma había ejercido en su contra. So pretexto de ganar batallas en nombre de la democracia y liberar países del yugo del comunismo, el Comediante no hace otra cosa que asegurarse como vida y como individuo que no quiere quedarse perplejo ante el posible desplome de la interpretación en que habita, y lo hace además contando con la connivencia de los poderes temporales que más resueltamente defienden la necesidad del "modo de vida americano", haciendo chocar su interpretación de la historia universal frente a las desplegadas por otros imperios; por lo mismo, no vacila en tomar parte en los ejercicios de violencia despótica que, dentro y fuera de la Nación norteamericana, puedan promover los "guardianes políticos del Sueño Americano", sin que en ello pueda verse limitado por trabas morales o legales. Así queda liberado de la atención a la primera farsa de la moral para colaborar de modo entusiasta en la segunda farsa de la reproducción y el mantenimiento de los valores del Sueño Americano -la comedia originaria, la farsa radical, necesaria para el mantenimiento de su nación política. En esta segunda farsa el despliegue de su violencia contra la violencia del mundo ya no está limitado y puede expandirse a sus anchas. Pero no precipitemos todavía un juicio sobre Blake. Porque aquí, precisamente en su conciencia de que eso en lo que participa no es más que una broma, y de que él mismo es un farsante que colabora en la preparación de dicha broma, quizás esté operando algo que Blake ya no puede dejar de tomarse muy en serio, y que es justamente aquello que, tras el descubrimiento de la farsa, le permite seguir entregándose a su mantenimiento: su profundo anhelo de confirmarse como individuo frente a la violencia que el ritmo histórico del mundo contemporáneo ejerce sobre su vida; su deseo de desplegar, antes que cualquier otra cosa, un apetito de vida, como afirmación de su cuerpo vivo ante las incertidumbres y las limitaciones históricas y como muestra de que éste no tiene por qué arredrarse ante ellas. Este es un apetito que, desde luego, puede llamarse afán de puja del cuerpo vivo ante el entorno que lo niega y que amenaza con tumbarlo; es, en algún sentido, "un ansia animal por luchar y combatir, que nos convierte en lo que somos" [palabras de Rorschach en II, 26], y de la que como los animales (racionales) que no dejamos de ser -puesto que nuestros cuerpos no son, desde luego, angelicales-, no debemos avergonzarnos sin más. Quizás éste es el núcleo vital, la vena central y ya no fingida de toda la actividad de Blake como el Comediante; quizás es este papel del Comediante justamente el que él, a diferencia de los otros "payasos enmascarados", no elige, sino que, como él mismo da a entender [en II, 13], se sigue de una intuición acertada acerca del vaciamiento moral del mundo contemporáneo y la desvalorización de los valores -a través de su manifestación como "ideología". Quizás este disfraz suyo, que revela algo sobre todos los otros disfraces, le viene dado como el único disfraz consecuente con tal experiencia contemporánea de la desmoralización y la delación del carácter disfrazado de todo valor. Por paradoja, hay en él -incluso cuando se confunde con el Comediante o se entrega a excesos de actuación- una voluntad de autenticidad vital y un amor por la vida raros y muy hondos, que nunca pueden ser satisfechos en el elemento de violentación de la existencia en que se mueve su biografía. Al haberse entregado sin mesura y antes que a ninguna otra empresa a su afirmación de la propia existencia mediante la violentación de la existencia que la amenaza, Blake parece haber despedazado su propia biografía para adaptarla a las actuaciones del Comediante, que le proporcionan la única figura y el único disfraz en los que puede, de alguna manera, sentirse de nuevo en la gran ficción de la historia contemporánea sin que esto le suponga quedar maniatado y a merced de los hechos, o renunciar en algún punto a su indomable afán de afirmarse a toda costa frente al imprevisible curso de los acontecimientos históricos. En un segundo examen, se descubre que Blake mantiene todavía algo a salvo de las actuaciones del Comediante, y que quizás, de haber insistido en eso en lugar de haberse entregado a sus actividades como enmascarado, hubiera encontrado que ese algo quedaba en sí mismo "más allá de la farsa" y más allá de la desmoralización que le obligaron a convertirse en el Comediante: su relación con Sally Juspeczyk y su hija Laurie. Si repasamos el cap. IX [pp. 15-16 y 20-21], en el que se descubre por fin cuál fue la índole de la relación amorosa entre Blake y Sally Juspeczyk (Sally Júpiter) después del intento de violación que ésta sufrió a manos del Comediante, y volvemos sobre el pasaje que Laurie cae en la cuenta de que ella misma fue engendrada a resultas de esa relación amorosa entre Blake y su madre, comprobaremos que Blake no gasta bromas a ese respecto [véase el apéndice “Qué es serio en la broma de la vida”]. En lugar de insistir en la jovialidad, frente al rencor de su antigua amante y la imposibilidad de dirigirse como padre a su hija Laurie, Blake tuerce el gesto y pierde su aire cínico y festivo, y se muestra incapaz de ocultarse a sí mismo la importancia que todavía tiene su pasada vinculación con madre e hija. Quizás la salida al círculo de violencia y contraviolencia en el que, como Kovacs, está envuelto Blake, esté abierta por la posibilidad de que el conjunto de su vida reciba una nueva significación mediante el perdón y la conmiseración de una sola persona. El arrepentimiento manifestado por Blake ante la Virgen [II, 23] y su confesión ante Moloch no significan más que esto: el sentido del conjunto de la vida de Blake, incluso cuando ésta haya sido entregada en su mayor parte a los actos del Comediante y esté atravesada de horrores y excesos amorales, puede quedar reconducido en el momento en el que Blake requiera verdaderamente del perdón y la conmiseración de una segunda persona. Con sólo la esperanza de ese perdón y ese reconocimiento por parte de un segundo, una vida humana podría ya haber quedado a salvo del círculo de hierro de la desconfianza, el descompadecimiento y el aislamiento existencial. A Kovacs, decíamos, lo salva del absurdo violento y la soledad que han llenado su vida el saberse reconocido por Dreiberg y Laurie, que acuden a su rescate durante el motín de la cárcel. En este otro caso, parece que Blake puede encontrar un último consuelo en la mirada de su antiguo enemigo Moloch, que atiende sus palabras y sostiene su confesión, a pesar de carecer de toda autoridad espiritual. Pero sin duda el gesto por el que la biografía de Blake puede, incluso una vez que ya ha quedado cerrada en sus hechos, volver a ser reescrita en su sentido, es el del perdón y el reconocimiento de su antigua amante y su hija. Al final del cap. XII [pp. 28 y 29], comprobamos que ambas acaban abrazando de nuevo la figura de Blake y sobreponen a su entrega a la violencia un sello último de confianza: el beso de Sally sobre su retrato. Esto es suficiente para romper el cierre de su vida en el extremo del desconsuelo que, como el Comediante, intentó burlar. El chiste de Rorschach sobre el payaso Pagliacci finalmente puede aplicarse al Comediante, pero no sin más a Edward Blake.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

por tu hola lo primero es felicitarte por tu gran y se gundo queria que me aclararas una dudas que me atormenta desde hace mucho queria saber clase de sociedad o cultura seria podria ser base para el "surgimiento" de un enmascarado y que clase de persona en nuestras sociedad actual podria tener estas carateriscas necesaria y hablo en la forma psicologia y que clases de sociedad aceptaria su aparicon claro aparte de que condiciones tendria la sociedad para propicar esta

Joaquín A. F. dijo...

Lector anónimo:
Este cuaderno, a diferencia de otros más afortunados, está siendo publicado para que alguien lo lea, y su autor te agradece que te hayas tomado la molestia de responder. Las cuestiones que me planteas no podré abordarlas según me pides -pues no soy un profesional de alguna escuela de psicólogos-, sino desde puntos de vista que no se centran tanto en la "descripción psicológica o sociológica" como en lo que algunos llamamos "lectura prudencial", situándonos entre determinadas ideas filosóficas. Dado que fuera del papel o el celuloide no existen justicieros enmascarados -aunque sí hay quien los imita, como el italiano llamado "Entomo", del que el sentido común puede ya decir mucho más de lo que yo te diría-, tampoco es posible hablar de las condiciones históricas en que aparecieron éstos, sino más bien, de las condiciones en que aparecieron sus ficciones. Con eso sería bastante para hacer algunas aclaraciones sobre ciertas contradicciones en las que -defiendo- está configurándose el mundo que da lugar a esas ficciones, un mundo que de salida entenderé "inmerso en una desmoralización perpetua" y presa de la desconfianza (moral) que invade las naciones en crisis. Cuando el "blog pararalelo" SUPERHÉROES Y NIHILISTAS se vaya desarrollando, intentaré llegar hasta las raíces históricas de las ficciones superheroicas, y tendré que hablar del contexto en el que Estados Unidos pasa de producir "héroes pulp enmascarados" -entre los que estarían Phantom o la Sombra- a producir superhéroes, bajo el signo del "Hombre del Mañana". Pero lo interesante sería ver hasta dónde llega la línea común de significados que pasa por el pulp y los superhéroes. De salida, te anticipo que mis investigaciones apuntan hacia lo que llamo un "cruce contradictorio" entre la tradición religiosa propia de los EEUU y su necesidad de ganar su propia realidad histórica en una época en la que ya no caben dioses, ni sobre la Tierra ni en un más allá. Ese "cruce contradictorio" estaría distribuido o incorporado ya en las biografías incipientes de los propios jóvenes del Sueño Americano y países asociados, por lo que éstos serían de inmediato atraídos por las ficciones superheroicas que parecen sobrevolarlo. Pero esas ficciones nunca repararon la contradicción, sino que sólo la disfrazaron. Por lo menos, eso es lo que extraigo del planteamiento de Moore, revisando su evolución desde Watchmen hasta sus trabajos de "magia", pasando por From Hell.
Seguiremos dando vueltas al asunto.

Anónimo dijo...

En qué capítulo en el comic dice la broma de Pagliacci?