En Mundo de Krypton (J. Byrne, M. Mignona, 1987), el Hombre del Mañana descubría una verdad antes oculta sobre el sentido de su llegada a la Tierra, y en definitiva, sobre el legado de sus padres y su identidad más esquiva (la que se pierde al olvidar quién se es y de quién se viene): su familia lo había enviado a América para salvarlo no sólo del desmoronamiento de su planeta natal, sino para que entre los vulnerables cuerpos de los hombres del hoy, Superman tuviera una oportunidad de evitar la soledad, la autosuficiencia y el aislamiento que la última civilización de Krypton había convertido en instituciones centrales de la vida de los titánicos kryptonianos. La cuestión es: ¿y si la llegada de Superman en 1938 hubiese sido ya de antemano tardía? ¿Podría habérsele adelantado, en esa América a la que llegó -la América de los lectores, la que hay alrededor del papel, y no la que él repara en el papel- la semilla de la misma soledad que estaba intentando evitar? A tenor de los resultados de la trama de Watchmen, podemos ir más lejos en la pregunta: ¿Y si Superman hubiese traído consigo esa semilla? ¿Y si el mismo ofrecimiento -por parte de Superman- y asunción de una “verdadera identidad superheroica” -por parte de los hombres-, aunque sólo hubiese acontecido en la ficción, supusiera abrirle ya las puertas al caballo de Troya, haber quedado atrapado ya antes en el círculo de la misma desconfianza y soledad que se está intentando superar? ¿Y si el lector, al hacer frente bajo esa identidad superheroica -aunque sólo sea en la ficción- a la desmoralización del mundo contemporáneo ya hubiese optado por una “interpretación de su propia verdad” que le obliga a adoptar una actitud de vigilancia y sospecha incansable sobre su entorno vital? ¿No supone la adopción de esa “verdad superheroica” un intento de “ser un lobo más feroz que los otros lobos“, y a fin de cuentas, no conduce a la reproducción de los males que, en efecto, hacen esperar al Hombre americano la llegada de un infalible defensor del Bien y la Justicia, de un ajusticiador “dotado de potencias milagrosas“ que restaure la moral comunitaria y la confianza?
Sólo dos de los personajes principales de Watchmen, precisamente en la medida en que, como sus predecesores, se han logrado zafar de la presunta “verdad profunda” que les ofrecía el disfraz superheroico y están dispuestos a compartir el último abrazo de los “amantes de Hiroshima“, consiguen romper esa extensión de la desconfianza, el efecto inmediato de la crisis política y moral que los primeros justicieros enmascarados pretendieron ahogar y sólo consiguieron avivar. Dan y Laurie, al volver al vestirse los trajes [VII, 25], hacen justo lo contrario que Adrian Veidt al desenmascararse y retirarse -o fingir retirarse, más bien- como Ozimandias: renuncian al sueño “adolescente” de su “identidad profunda superheroica” [véase VII, 7] y se instalan, como algunos de los personajes secundarios de la trama, en la tarea de restaurar desde lo cotidiano esos vínculos de confianza y esos significados morales perdidos. Mientras que a éstos los acompaña la sombra de los amantes de Hiroshima, a Ozimandias -que es a quien Veidt entrega su rostro al quitarse ante el público la máscara- lo acompañará una sombra solitaria [véase X, 8 y 10], que finalmente se convierte en el cabo que lo conduce hasta el Navío Negro, donde la necesidad de ocultar ante todos su “secreta identidad como Ozimandias” y su horrorosa tarea como pacificador del mundo lo sumirá en un infierno de aislamiento, desconfianza y falta de conmiseración [XII, 27], en el que ya ninguno de los que tomaron parte en su plan puede compadecerse de él -pues a fin de cuentas, Ozimandias “ha enterrado su secreto con sus sirvientes”. A Veidt, como moderno Ozimandias y presunto vencedor de los males de los hombres, le resulta desconocido el gesto de los amantes de Hiroshima, cuando en verdad sólo es a partir de este gesto como podrían empezar a reponerse los vínculos comunitarios de confianza y amor que se echaban en falta: la familia, la amistad y la comunidad.
Las simetría, que aparece para Kovacs como el aspecto terrible del abismo, que está también impresa como una falta divertida en la sonrisa del Comediante, finalmente puede dar lugar al abrazo de dos personas concretas: el gesto de exposición y fortaleza, por el que, sin poder evitar la muerte o expulsar todos los males, se detiene sin embargo la proliferación de la desconfianza; en ese caso, como durante el sueño de Dreiberg [VII, 16], al final del equívoco de identidades y “verdades profundas“ encontraremos la sombra de los amantes de Hiroshima. Esa misma simetría, retenida en el ojo de Osiris que lleva Ozimandias impreso sobre su pecho, puede, dada nuestra ambigüedad moral ante la figura de la “verdad profunda sobre nosotros mismos“ y su interpretación superheroica, transformarse también en la calavera y las tibias que señalan el destino final del náufrago de los Relatos del Navío Negro. Ni Superman ni el Dr. Manhattan pueden, con todas sus potencias milagrosas, apoyarnos en esa decisión. Ser capaz de resolverse por una vía de esta encrucijada sin necesidad de que ningún “garante” le conceda seguridad y protección a nuestra opción conjunta en sustitución del Dios, sólo es posible, según Moore, en un mundo “más hermoso, más hermoso y fuerte en el que vivir“ [cita en XII, 32].
Sólo dos de los personajes principales de Watchmen, precisamente en la medida en que, como sus predecesores, se han logrado zafar de la presunta “verdad profunda” que les ofrecía el disfraz superheroico y están dispuestos a compartir el último abrazo de los “amantes de Hiroshima“, consiguen romper esa extensión de la desconfianza, el efecto inmediato de la crisis política y moral que los primeros justicieros enmascarados pretendieron ahogar y sólo consiguieron avivar. Dan y Laurie, al volver al vestirse los trajes [VII, 25], hacen justo lo contrario que Adrian Veidt al desenmascararse y retirarse -o fingir retirarse, más bien- como Ozimandias: renuncian al sueño “adolescente” de su “identidad profunda superheroica” [véase VII, 7] y se instalan, como algunos de los personajes secundarios de la trama, en la tarea de restaurar desde lo cotidiano esos vínculos de confianza y esos significados morales perdidos. Mientras que a éstos los acompaña la sombra de los amantes de Hiroshima, a Ozimandias -que es a quien Veidt entrega su rostro al quitarse ante el público la máscara- lo acompañará una sombra solitaria [véase X, 8 y 10], que finalmente se convierte en el cabo que lo conduce hasta el Navío Negro, donde la necesidad de ocultar ante todos su “secreta identidad como Ozimandias” y su horrorosa tarea como pacificador del mundo lo sumirá en un infierno de aislamiento, desconfianza y falta de conmiseración [XII, 27], en el que ya ninguno de los que tomaron parte en su plan puede compadecerse de él -pues a fin de cuentas, Ozimandias “ha enterrado su secreto con sus sirvientes”. A Veidt, como moderno Ozimandias y presunto vencedor de los males de los hombres, le resulta desconocido el gesto de los amantes de Hiroshima, cuando en verdad sólo es a partir de este gesto como podrían empezar a reponerse los vínculos comunitarios de confianza y amor que se echaban en falta: la familia, la amistad y la comunidad.
Las simetría, que aparece para Kovacs como el aspecto terrible del abismo, que está también impresa como una falta divertida en la sonrisa del Comediante, finalmente puede dar lugar al abrazo de dos personas concretas: el gesto de exposición y fortaleza, por el que, sin poder evitar la muerte o expulsar todos los males, se detiene sin embargo la proliferación de la desconfianza; en ese caso, como durante el sueño de Dreiberg [VII, 16], al final del equívoco de identidades y “verdades profundas“ encontraremos la sombra de los amantes de Hiroshima. Esa misma simetría, retenida en el ojo de Osiris que lleva Ozimandias impreso sobre su pecho, puede, dada nuestra ambigüedad moral ante la figura de la “verdad profunda sobre nosotros mismos“ y su interpretación superheroica, transformarse también en la calavera y las tibias que señalan el destino final del náufrago de los Relatos del Navío Negro. Ni Superman ni el Dr. Manhattan pueden, con todas sus potencias milagrosas, apoyarnos en esa decisión. Ser capaz de resolverse por una vía de esta encrucijada sin necesidad de que ningún “garante” le conceda seguridad y protección a nuestra opción conjunta en sustitución del Dios, sólo es posible, según Moore, en un mundo “más hermoso, más hermoso y fuerte en el que vivir“ [cita en XII, 32].
2 comentarios:
ud. no cree que se deberia seguir las pistas en las otras novelas graficas de Alan Moore. Por ejemplo, V of Vendetta, cuando la lei me parecio bastante anarquica y izquierdista. Una critica al gobierno de Margaret Thatcher, mientras en Watchmen, veo un totalitarismo, como semillas de hitler por ahi, por ejemplo en OZimandias, creando un nuevo orden mundial. Eso lo que entendi, seria interesante conocer el contexto historico de la novela, la época en que fue escrita.
DE todas maneras, es muy interesante su blog. Voy a seguir leyendo.
Buenas noches, Ankh:
Aunque por el estilo de su redacción y la talla de las entradas el autor de este falso blog no siempre consiga hacerse entender, sí que tiene intención de contar con ese contexto histórico al que se refiere su comentario. "No sin el contexto, pero tampoco sólo por el contexto": se trata de hacer equilibrios sobre la cuerda floja del diálogo -un diálogo que no tiene por qué dar la razón a ninguno de los dos interlocutores, aunque yo intente hacerme con ella. Todo depende, después, de la discusión del mismo contexto histórico y su significado, que no es nada "fijado" o conocido de manera absoluta. En próximas entradas podré hacerte algunas aclaraciones más sobre ese asunto.
Acerca del posible "enfrentamiento de tipos" entre V y Ozimandias, quizás tengamos que seguir a Moore más allá de la moderna división entre las "izquierdas" y las "derechas": porque, como sostendré, Moore se ha remitido al poeta e ilustrador Willian Blake para definir su propia postura acerca de nuestros tiempos y el "después" de la Revolución francesa, levantando el vuelo hacia la "magia". Por otro lado, V no es un anarquista "en contra de la cultura burguesa y el modo de vida burgués" -su mazmorra está llena de muestras del pasado-, sino que inspira su tarea en los hechos de la llamada "Conspiración de la Pólvora" -en la que un grupo de católicos ingleses intentaron demoler (presuntamente) el centro del poder del nuevo Leviatán, un Estado moderno que sería una muestra más de la "Razón dominadora y abstracta (solar)" que Moore ha encarnado posteriormente en tipos como el Dr. Gull de From Hell, y en parte, en el par Manhattan - Ozimandias. Ya hablaremos más detenidamente sobre esto en las próximas entradas.
¡Gracias por tu comentario, y paciencia con mis tentativas!
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