sábado, 7 de febrero de 2009

Amantes de Hiroshima (I)

ADVERTENCIA: El cuerpo de las secciones publicadas a fecha 7 de febrero corresponde a parte de la primera versión del trabajo que ahora estamos reescribiendo. Por falta de tiempo, no ha sido posible someterlas a una segunda redacción ni incluir en ellas nuestra nueva interpretación de la obra comentada. No obstante, siguen conteniendo uno de los puntos centrales de nuestra lectura de WATCHMEN, por lo que hemos considerado muy pertinente su publicación con vistas al desarrollo posterior de este seudoblog. Más abajo podrán encontrar una introducción a estas entradas escrita desde nuestra presente lectura de la obra y su relación con el género de superhéroes.


[La opción invisible. Preparativos de una vuelta al buen sentido. Cómo el hombre común sortea la tentadora trampa de la identidad superheroica, tomada como “última verdad sobre sí mismo”.]

(...) Retomemos la pregunta que hicimos más arriba: ¿a qué podemos aferrarnos durante un tiempo en que vivimos indenifidamente bajo el anuncio del desplome total de la interpretación histórica que habitamos? ¿Qué nos puede mantener a flote en la incertidumbre nunca resuelta que da el tono del mundo contemporáneo? Y, finalmente, ¿qué nos repone de la mirada del abismo? Si la salida no está -seguramente ni para Moore ni para nosotros- en las "opciones heroicas" que hemos intentado examinar a través de Watchmen, ¿qué respuesta nos valdrá, si no vamos a hacer nuestra la del Comediante, la de Rorschach o la de Ozimandias? Entre estos personajes, parecería que los otros dos vigilantes -Daniel Dreiberg (Búho Nocturno) y Laurie Juspeczyk (Espectro de Seda)- no han sabido dar una respuesta, o que simplemente se han refugiado en el olvido de su propia fragilidad y se han retirado de las cercanías del abismo descubierto por Rorchach en el corazón del mundo contemporáneo. Sin embargo, tampoco han quedado perplejos. Nosotros mantendremos que ambos se comprometen conjuntamente, y quizás sin advertirlo, en una opción que, pese a quedar oculta tras el brillo de la trama a causa de su extrema humildad, nos ofrece ciertos signos acerca de la superación de la trampa moral en que habíamos caído sin tocar fondo -ese "vacío" o "abismo" del que hablábamos. Dicha opción quizás no destaque como un momento épico "digno de recuerdo y narración". Mas justamente en el contexto de la crisis de los valores supremos y la pérdida del último hombre –el Hombre del Mañana, el hombre que ya no puede dar más de sí- debemos tomar como una indicación el que tal opción, durante la composición de la historia, no haya acabado por ceder ante la preeminencia narrativa de los "personajes extremos" y lo excepcional, quedando en la invisibilidad de una pequeña historia sobre la reunión de un hombre y una mujer en un compromiso conjunto. Puede decirse que en ella se encierra la única vía consecuente con la experiencia de esa desmoralización contemporánea que, no siendo meramente "racional" o "de mera razón", sino carnal, nos permite evitar un suicidio racional, un suicidio de la razón por la razón misma. Pero, justamente por no ser "de mera razón", por resultar inescrutable para el intelecto incondicionado del Dr. Manhattan, la apertura de esta salida sólo puede quedar sugerida como una apuesta, mientras la necesidad de atravesarla queda sin demostrar. Apenas está indicada en las viñetas en las que aparece la silueta de los amantes de Hiroshima [el Dr. Malcolm Long la llama así en VI, 16], reducidos a su sombra por la luz de la bomba mientras permanecen abrazados. La silueta de los amantes de Hiroshima parece estar destacando, como elemento recurrente de la retórica gráfica del cómic, el modo en que los "pequeños personajes" de la ficción -y, a fin de cuentas, el hombre medio contemporáneo- alcanzan y expresan su desasosiego y su impotencia ante la marcha de la historia, en el momento en que esta marcha comienza a ser experimentada como un curso enloquecido de acontecimientos en un tiempo "fuera de sus goznes".
(…)



Más allá del "suicidio racional" y aun de las actitudes (super)heroicas, permanece ignorada una opción que ni la posibilidad de ser reducidos a sombras ni el hecho de ser ya tan livianos e insustanciales como ellas nos arrebatan. Esta opción nos queda abierta en los confines de las finitas potencias de nuestro cuerpo mortal: no requiere de superpoderes como los del Dr. Manhattan o de otros que los remeden; tampoco de los poderes políticos y tecnológicos que, secretamente, y muy por encima del poder que se juega junto a la política de partidos, Adrian Veidt supo ir atesorando sobre su persona con vistas a la ejecución de su "gran acción heroica". Muy al contrario, esta opción sólo se mantiene en esos entornos que, a diferencia del espacio de vuelo de los cohetes de largo alcance y los avatares históricos, quedan en el ámbito de lo comprensible y lo situado a nuestra mano como hombres desprovistos de poderes. El hombre de buen sentido llega a ella sin reparar en lo que hace, y es también muy silenciosamente como esta opción se presenta en Watchmen. El Dr. Malcolm Long, tras haber sido conducido hasta el borde del precipicio por Rorschach y haber recibido la vana ciencia del abismo, sabe inventar su antídoto moral al veneno. Unos minutos antes de la culminación de los planes de Veidt, que supondrá la muerte de más de la mitad de los habitantes de Nueva York -entre ellos éste, que caerá abrazando a su mujer-, Malcolm Long mantiene esta conversación con su esposa, que a consecuencia de la transformación moral del psiquiatra durante el tratamiento de Rorschach, ya no reconoce a su marido:
"-Gloria, por favor. Debo hacerlo. En un mundo así... Es lo único que puedo hacer, ayudar a los demás. Es lo único que sirve... Por favor, entiéndelo.
-¡Malcolm, te aviso! ¡Si te vuelves a acercar a un montón de miseria humana, no volveré a verte!
-Gloria, lo siento. Es el mundo. No puedo huir de él."

[cap. XI, p. 20]
Por de pronto, lo que Malcolm Long debe hacer es evitar que la furibunda y hombruna taxista, que se encuentra sólo a unos pasos de él descargando su despecho amoroso contra su antigua novia, continúe castigando el cuerpo de esta segunda tras hacerla caer al suelo (...). En esta escena, en la que acaban tomando parte, con ánimo de detener las iras de la mujer, otros de los personajes secundarios de Watchmen, encontramos la perfecta antagónica -o mejor, y para seguir el juego de la terrible simetría y su enigma, antisimétrica- de otra que nos había descrito Rorschach en el cap. VI p. 10: la de la violación y asesinato ante casi cuarenta testigos de Kitty Genovese, cuyos gritos y peticiones de socorro cayeron no obtuvieron más respuesta que la de un disimulo ambiguo y cobarde. [Según leo en el artículo sobre Watchmen publicado en Wikipedia, dicho suceso no es una invención de Moore. Por supuesto, en su momento dio ocasión a un abanico de investigaciones psicológicas sobre la "disolución de la responsabilidad moral", y quizás a nada más. Forma parte de los signos de la contemporaneidad el convertir cuestiones morales en cuestiones psicológicas, para tratarlas como manifestaciones de "procesos mentales" (colectivos o individuales) propios de la "mente humana", en lugar de asumirlas en toda su propiedad. De esa manera, resultan menos pesadas.] En una de las escenas la indeterminación moral del hombre se nos presenta como argumento para la desconfianza; con la otra, se nos hace ver que esta ambigüedad de la condición humana, que es la ambigüedad de las manchas del test de Rorschach, puede ceder también a la confianza y el compadecimiento. La resolución ganada por Kovacs/Rorschach ante el vacío moral del mundo es, gracias a esta nueva escena, devuelta a su lugar: aparece como la propia de un rarísimo extremo humano, y no ya como un canon para las resoluciones de todos los que conozcan este vacío. No todos los que miran al abismo tienen que convertirse en Rorschach para sobrevivir al veneno: porque pese a la ausencia de cualquier fundamento de nuestra interpretación moral del mundo que, como Juez y Ser Supremo, pueda atar infaliblemente la existencia bajo esa moral y proveerla con vistas a su cumplimiento, todavía podemos evitar el extremo de la retirada total de la confianza en nuestras personas circunvecinas, y por tanto, sortear la otra opción de la imposición despótica y vigilante -mediante la excepción a la moral y la violencia- de la moral misma.

No hay comentarios: