(1) Como apoyo de esta lectura según la cual Kovacs decide finalmente renunciar a su rigorismo moral en beneficio de sus amigos y, también, del resto de sus paisanos -aunque esa renuncia suponga su muerte-, contamos con las dos viñetas [XII, pp. 11 y 12] en que el Dr. Manhattan pide disculpas a su compañero Rorschach por no haber sabido mantener ante Laurie el secreto de Veidt. Para que estas dos intervenciones tengan sentido en su contexto tienen que suponerse dos puntos: 1) El Dr. Manhattan, aunque afectado por las interferencias de taquiones, sabe ya que Rorschach será desintegrado en pocos minutos por él mismo, tras negarse a mantener en secreto el papel de Veidt en la preparación del "ataque extraterrestre a la Tierra"; además, Osterman está entendiendo que Kovacs provocará de modo deliberado su desintegración, al objeto de asegurarse de que a Rorschach -no a él mismo- le falte ocasión de delatar a Veidt y de deshacer el espejismo que parece haber evitado la III Guerra Mundial. Ciertamente, Rorschach invita a Osterman a matarlo cuando, en lugar de comprometerse en falso a mantener el engaño o callar, se arriesga a manifestar su propósito de regresar a los EEUU para dar a conocer a los ciudadanos la trama oculta tras el asesinato de Blake, el exilio de Osterman y el ataque a Nueva York. De esa manera, Kovacs "se sacrifica" para detener a Rorschach, valiéndose del mismo rigorismo que éste le impone. 2) Asimismo, Osterman sabe que, en un futuro más o menos cercano -quizás cuando el diario New Frontiersman publique las últimas notas del diario de Rorschach-, tendrán una importancia decisiva en la confirmación de la primera acusación contra Veidt las palabras que acaba de dirigir a Laurie: "Veidt lo hizo. Mató a Blake y a media Nueva York". Al no haberle podido ocultar la trama de los acontecimientos a Laurie -y ante todo, al hacer saber a Laurie que fue Veidt quien mató a su recién reconocido padre-, Osterman acaba de desatar la sucesión de acontecimientos que llevará a deshacer la ilusión que sustenta la paz de Ozimandias y, por tanto, a hacer inútil -en ese aspecto- el sacrificio de Kovacs: sabe que acaba de prender la mecha de la bomba que acará haciendo caer la "utopía de Veidt" y, sin embargo, no puede evitar hacerlo. Es por esto por lo que Osterman debe pedir perdón a Kovacs, cuya muerte -una muerte casi provocada por él mismo-, aunque ya no pueda valer el enterramiento definitivo del secreto de Ozimandias, supone ya su recuperación personal frente a Rorschach -aunque esta recuperación sólo se haga efectiva un momento antes de su muerte, al arrancarse éste voluntariamente la máscara. En resumen: Osterman pide perdón por anticipado a Kovacs no sólo por haberle desintegrado, o por saber que, con sus declaraciones a Laurie, acaba de poner en movimiento los resortes que acabarán desvelando el secreto de Veidt, sino por entender además que el propio Kovacs, al provocarle para que lo elimine, estaba buscando evitar a sus amigos y a sus paisanos los efectos que podría tener sobre ellos el descubrimiento de los engaños de Veidt por parte de Rorschach y la vuelta de las agujas del reloj nuclear a las doce menos cinco. Por lo que vemos, la desconfianza radical en la calidad moral del hombre no pudo imponerse definitivamente en el corazón de Kovacs.
(2) Como casi siempre, Moore acierta al presentar a estos dos enmascarados como los únicos que mantienen la conciencia de vestir disfraces o de "jugar" a ser personajes heroicos, esto es, de representar papeles que no se confundirán con sus personas [atiéndase su diálogo en VII, pp. 7 a 9]. La historia de Watchmen encomia de alguna manera el buen sentido de éstos, y no sólo por su "buen sentido" frente a la "locura" de los otros: finalmente, son ellos dos los únicos vigilantes que, junto a sus predecesores Sally Juspeczyk y Hollis Mason, se manifiestan capaces de mantener parte de su persona fuera del alcance de la máscara -a diferencia de Kovacs o Blake-; del mismo modo, no pretenden invadir con su persona la plenitud de significado del papel que desarrollan bajo el disfraz -a diferencia de Veidt. Mucho puede pesar en esto el hecho de que sean los dos únicos enmascarados que han recibido su papel como parte de un legado ejemplar, entregado por personas con las que han mantenido un contacto directo y a las que han conocido más allá de la leyenda -no le sucede esto a Veidt respecto de su Ozimandias, que ni siquiera se le presenta como "tema de una investigación histórica", sino directamente como miembro del "club de las leyendas" [XI, 8]. Ninguno de ellos dos actúa invirtiendo, como nos enseñó a hacer Superman, la lógica del disfraz: invertir esa lógica consistiría en pretender que su ropa de "persona normal" no fuese más que un velo de su "auténtico yo", representado por el "hombre del mañana" que han de ocultar cotidianamente a la mirada de los "hombres del presente". ¿No es justamente por ser un superhombre, un "hombre del mañana", por lo que Veidt se tiene que vestir de Ozimandias, como si se estuviese poniendo la ropa de "andar por casa" y quitándose el disfraz de empresario, tan pronto alcanza su "verdadero hogar", que es la fortaleza polar de Ozimandias? Frente a esa sobreactuación fatal -o mejor, superactuación-, y en contra de ese "exceso interpretativo" que lleva al actor a intercambiarse con su personaje -algo sin duda mórbido para ambos, y a lo que, sin embargo, el actor puede querer entregarse-, la misma lógica del disfraz reclama una independencia respecto a la persona disfrazada. Mantener la lógica del disfraz de justiciero enmascarado tiene para nuestra pareja una doble repercusión: por un lado, Dan y Laurie conservan una incardinación moral, una trayectoria biográfica, al margen de la tarea que les impone la reapropiación de su mundo por medio del antifaz; por otro lado, la proximidad del latido moral de sus personas a la institución del personaje enmascarado hace que el desarrollo de sus tareas bajo el disfraz pueda recibir, en función de su biografía, nuevo significado y nuevo contenido, ambos inalcanzables en caso de una identificación total entre personaje y persona. Esto les permite ingresar -a título de enmascarados- en el escenario de la desmoralización sobreentendiendo que, a pesar de los peligros, es posible todavía recomponer la confianza en otros hasta cierto punto -la confianza que alimenta su latido personal, que les hace ser "personas morales". Al sortear la caída en el vacío de la desconfianza, apuestan que, en ese mismo lugar donde puede fallar la confianza, pueden y tienen que moverse sin renunciar a la misma, de modo que no queden cercenadas sus posibilidades de entablar vínculos morales auténticos en los que recuperarse de la desmoralización y conocer el carácter positivo de la convivencia -que no tiene por qué ser una convivencia plenamente angélica, libre de contradicciones. Sólo quien dé por sentado o sea empujado a asumir que, en ese mundo desmoralizado, no puede esperar hallar su persona un hogar junto al que reposar -porque "todo está echado a perder", y ya no vale la pena confiar en nadie-, saldrá al escenario para trocar su persona por el personaje representado, y conseguirá, acaso, omitir la soledad de su persona moral -al tiempo que la hace más honda- al dejar ésta una y otra vez fuera del escenario; quien ha quedado impedido para recomponer su círculo de confianza, asume de inmediato que al actuar como enmascarado queda encerrado, de modo inevitable y por completo, en el círculo de hierro de la desconfianza ilimitada y la violencia despótica, y recibe como destino la "vigilancia despótica sobre todos y a todas horas", sin refugio posible. Pese a la caída en el vacío de la "vigilancia", la soledad de Kovacs y Blake admitirá, como estamos viendo, una reparación final en la confianza y la conmiseración; en cambio, Veidt, "el hombre que quiso cambiar la obra representada en el escenario" al entender que ésta no se adecuaba a los requisitos de actuación de un "hombre del mañana", ya no podrá reponer su persona de esa violencia ejercitada sobre el conjunto de los hombres del presente, de los que él, como "hombre del mañana" y no sólo como hombre que se ve empujado a la vía solitaria de la vigilancia, ha quedado perpetuamente apartado, para su ventaja o para su condena.
Apéndice "Qué es serio en la broma de la vida": Sólo en una de las apariciones del Comediante que se refieren en Watchmen, el segundo disfraz de Edward Blake no incluye palmariamente el motivo de la sonrisa amarilla -repárese en que el traje que lucía como Minutemen ya lo llevaba impreso sobre la hebilla del cinturón. ¿Tiene esto alguna relevancia, o se debe simplemente a que la moda del smiley amarillo fue posterior al momento de las escenas pintadas -una moda de los 70, si no me equivoco? En las viñetas que nos muestran a Blake con su nuevo traje durante la II Guerra Mundial [p.10 de Bajo la máscara] o a comienzos de los 60 [XI, 18 y IV, 14], los autores han procurado impedirnos comprobar, conveniente y discretamente, si ya durante esos años vestía su chapita amarilla. Sólo tenemos claro que durante la primera y última reunión de la malograda liga de enmascarados Los Justicieros del año 66 [II, 10 y 11], el traje de Blake no exhibe el motivo de la sonrisa. ¿Casualidad? Quizás en esa situación, en lugar de actuar como el Comediante, Blake intentó, con toda veracidad, mostrar a los otros "payasos enmascarados" qué era lo único que les cabía hacer si debían tomarse en serio su propio papel, en lugar de "jugar a indios y vaqueros"; haciendo arder el mapa de los EEUU, les enseña por qué todo intento de mantener el American way of life, la Idea americana del mundo -que es la misma Nación americana- será vano mientras se quiera limitar a amortiguar los desajustes internos de dicha idea -todas las muestras de la desmoralización de sus gentes señaladas por el Capitán Metrópolis: "promiscuidad", "manifestaciones antibélicas", "drogas", "conflictos raciales", crimen, etcétera. Las intervenciones "heroicas" de los enmascarados serán triviales mientras atiendan a dichos males e injusticias internos, en lugar de procurar asegurar y extender la frágil Paz americana en el escenario de la Guerra Fría, de modo que su sobrepujanza conjure la posibilidad de un conflicto armado directo -un conflicto nuclear- con otros imperios. Ahí el Comediante y Ozimandias están tácitamente de acuerdo: el alcance de los desajustes de su propio escenario político es nulo en comparación con el alcance de los desajustes y conflictos entre las naciones políticas contemporáneas, armadas ya con el fuego nuclear -aunque no se encuentren desconectados los unos de los otros. El plan "divinizador" de Ozimandias, iluminado por esa intervención del Comediante [XI, 19], asume igualmente que el origen del crimen, la corrupción moral y la miseria dentro de cada nación política se enraiza en la incapacidad del hombre para zanjar, de una vez por todas, los antagonismos y disarmonías entre diversas naciones, esto es, entre diversas "posiciones históricas en expansión", siempre envueltas en una dialéctica interminable; olvida que ya cada proyecto político universal, incluso antes de entrar en conflictos armados con otros, puede portar sus propias disarmonías. Seguramente Blake, al tiempo que renuncia a la visión de la Paz perpetua de Ozimandias y se limita a colaborar con la imposición cruenta de la precaria y frágil Paz americana, no pueda compartir ya esta última postura progresista e iluminista de Veidt. Pero aquí el punto está en saber si, como afirma Veidt [XI, 19], Blake se estaba "riendo a costa del mundo" con su intervención ante los otros enmascarados en el 66. Parecería que al no estar determinada por la compañía de esa sonrisa amarilla, dicha intervención puede tocar un asunto que ya no es tema de risa para Edward Blake, y que, antes bien, resulta tan serio que después podrá dar lugar a "la broma más pesada de la historia" -la ejecutada por Veidt ante todo el mundo contemporáneo-, ante las lágrimas del propio Blake [II, 22 y 23]. Al salir de la reunión, se encuentra por primera vez con Laurie, a la que sin duda reconoce como hija suya [IX, 15 y 16]; en ese momento, y aunque no se haya quitado el antifaz, una segunda ausencia de la sonrisita amarilla sobre su traje nos da a entender que Blake no está "actuando". A partir de ese encuentro, en el que se le niega la oportunidad de reconciliarse con Sally y ser reconocido por su hija, las actuaciones del Comediante determinan como nunca el destino personal de Blake. Durante sus operaciones como agente del Gobierno de los EEUU en Vietnam, Blake sí luce de continuo su símbolo; acompañado constantemente por él, lanza un mensaje que se anticipa a toda su violencia y determina el sentido de sus horrorosos actos: intentando esquivar por medio de la violencia sobre los oponentes del Hombre americano la desmoralización de su nación, tampoco el Comediante se toma la letra de los principios político-morales propios de la Democracia americana como si hubiesen sido grabados a fuego por un Dios sobre las Tablas de la Ley. Sabe que, careciendo de un Dios que los respalde, son provisional e improvisada interpretación, frágil ficción -si se quiere, "actuación", "impostura"-; y a pesar de ello -nos avisa- está dispuesto a defenderlos como los únicos que puede llamar suyos. Es, sin duda, divertido, que sea precisamente merced a la parcialidad, al carácter relativo o "inventado" -en tanto carente de fundamentos transcendentes- de la Justicia americana que debe defender, por lo que carezca de importancia o peso moral el hecho de que la esté defendiendo a través de la ejecución deliberada de los "horrores" que esa misma Justicia quisiera castigar como los más impropios del Hombre (americano). Superman, de haber llegado al mundo en 1938, tendría que intervenir en contra de Blake -pero no lo hace. No obstante, la culminación de sus actuaciones en Vietnam en 1972 [II, 14] dejará en su persona la presencia imborrable del símbolo que definía el sentido de su disfraz y de sus actuaciones como justiciero "internacional". Del mismo modo que las manchas de Rorschach se convirtieron en la cara de Kovacs en 1975, atrayendo hacia sí -o mejor, tragando- todo posible desarrollo de la vida de Kovacs, ese motivo de la sonrisa se hace inseparable del rostro de E. Blake cuando una botella rota lo dibuja, impremeditadamente, en su rostro [véase la cicatriz de la herida en IX, 20 y 21]. Al rechazar, por segunda vez -pero en esta ocasión por elección propia-, a la mujer y al hijo que podrían suponer la interrupción de su lucha solitaria en el interior del círculo vicioso de la violencia y la desconfianza, Blake recibe la marca del Comediante como un destino, como un sentido ahora inseparable del conjunto de su vida. Como Kovacs, incluso cuando le falte el disfraz seguirá siendo el personaje con cuyo traje quiso hacer frente a ese círculo de hierro de la desmoralización de su mundo y la desconfianza radical en el ser humano. Por eso mismo no estará de más que, a partir de ese momento, el símbolo de la sonrisa lo acompañe incluso cuando, en la soledad de su vida cotidiana, no vista -o tenga razones para vestir- la máscara. Al ser arrojado a través de la ventana de su departamento, E. Blake lleva consigo al Comediante, aunque vista un albornoz. El símbolo de la sonrisa, tras desbordarlo y regir la situación histórica en que debe actuar, finalmente se eleva más allá del personaje para preparar un chiste (¿de casualidad o gracias a la Providencia?); por eso mismo, marcando con mucha oportunidad los puntos cruciales de la trama de Watchmen, ese simbolito nos muestra que responde, desde antes de ser elegido por el joven Blake para su primer disfraz y también después de su muerte, a una lógica propia, que no fue necesariamente la que Blake quiso concederle, pero que, como éste comprendió tácitamente, sí es la de un mundo contemporáneo que, en la ausencia de Dios, convierte todo ejercicio de interpretación moral en farsa, y que a pesar de eso, no puede dejar de ser habitado por personas, por seres que requieren de horizontes morales. Pero esa lógica del símbolo de la sonrisa, que desborda el propósito de Blake y le hace responder ante su presencia como el gracioso que -deliberadamente o no- colaborará en primer lugar en la preparación del gran gag de la trama de Watchmen -en el que la "broma" de Ozimandias ante el mundo se convierte en una broma para él mismo-, es también la que finalmente conduce la historia hasta la recuperación póstuma -incluso "salvación"- de su persona, a través del abrazo que tanto su hija como su antigua novia le conceden tras su muerte, compadeciéndose del hombre que, más allá del personaje disfrazado, todavía las requirió para entregarse y confiarse a ellas.
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