viernes, 21 de julio de 2023

La magia, una cuestión de conjunto (I)

 I. Un perfume, imposible objeto de un anuncio televisivo.

Bajo las luces del anuncio de perfume Nostalgia (by Veidt), tal como lo reconstruye el director Zacarías Snyder en su película-calco de 2009, nos llega un momento aclarador y que nos da pie a hablar sobre la importancia de los anuncios de perfume en todo lo que tenga que ver con la magia. Justo cuando no hay propiamente adaptación en el metraje de la película, sino invención o añadidura, asoma algo que enriquece la obra adaptada y que en ésta apenas estaba sugerido en la esquina de unas viñetas, para más inri del artista que buscaba la fidelidad al original.

https://youtu.be/GXLfTv42T8A




Zack Snyder se representa, para introducir la acción, a un hombre en bata sentado frente al televisor en un apartamento, dándole al mando a distancia para dejar de escuchar los pronósticos racionales, pero dialécticos, sobre la posible guerra con la URSS. El hombre está solo y lleva, sin embargo, la chapa del Comediante en la solapa. Cuando se cansa de los razonamientos a favor y en contra sobre la inminencia de un conflicto nuclear, cambia el canal hasta dar con algo que causa agrado con declarada utilidad, y que no es otra cosa que un anuncio televisivo, una presentación comercial de un producto importado desde un país utópico para ser consumido como un remedo de sí mismo, un destello de algo en esencia tan insignificante y efímero que, igual que no puede causar otra cosa, no puede ser objeto de análisis. En la escena que nos pinta Snyder el hombre que se sienta embobado ante tal teatro, un tal Edward Blake, ha dado con un anuncio sobre un perfume, una pequeña pieza cinematográfica que en unos planos regala el acceso a una realidad estilizada, distinguida de lo cotidiano y arduo del vivir; en tal escena se compone un reflejo intencionadamente más afín al ser del espectador (afín al “anhelo” o “yo aplazado”) que la realidad prosaica, una composición más propia de la fantasía de un deseo o destino atisbado que de la realidad tosca y terca. La canción Unforgettable, con la voz de Nat King Cole, acompaña un desfile de trampantojos imbuidos de un código sublime (más que subliminal) donde se traslada, y no tanto se exhibe, una nueva medida del ideal de la vida, un recuerdo enamorado de una humanidad más en su molde; en esa secuencia, los actos, los objetos y los actores pueden ser sustituidos por otros semejantes sin mayor pérdida, pero no el estilo que parece ser el centro de gravedad o el punto de fuga secreto al que apunta la refinada escena. El esfuerzo racional de lo cotidiano de un mundo en conflicto se torna actividad contemplativa gozosa y apacible en el espectador; el disfrute espontáneo oculta lo calculado de la composición de la escena, los movimientos de cámara, el atrezo y los fondos.


La atención constante a la decoración callejera y las expresiones efímeras, másicas e impersonales de la vida psíquica, la denominada "baja cultura" (entre las que se incluye la publicidad y el cómic como género) forma parte de las máximas de Moore como guionista. El anuncio del perfume Nostalgia es sustituido por otro de diferente tono ("Millenium by Veidt") después de la culminación del gran plan de Ozymandias en Watchmen. La importancia de estos decorados colectivos como fuente colectiva y cotidiana de deseo y acción será alumbrada también en From Hell. Por su papel de "forma de transacción" entre lo consciente y lo inconsciente, y como principio socializador y formador del individuo, para un seguidor de la analítica de Jung la publicidad puede tener un valor sintomático sobre las diferentes fases de desarrollo de la vida de una nación.

En el metalenguaje de la película (“filme de 2009 presentando anuncio de televisión de 1985”), vemos a un hombre curtido que se rinde, como un Marte ante Afrodita, a lo ameno y bello de una ficción; en esta relación algo nos iguala y nos aproxima a éste en una misma condición de público, casi sentándonos una fila por detrás en el mismo teatro. Se nos presenta, pese a su nada disimulado aspecto de púgil burlesco, su rostro mutilado y sus inclinaciones vulgares, a un tipo normal, mejor o peor en lo ético y en lo moral, pero a la postre, capaz de dejarse llevar, con la guardia baja, por los placeres de una ficción bien representada; un hombre violento por convicción práctica y argüida necesidad, pero en el extremo, dispuesto a acomodarse en las filas de la platea y sumarse, sin más, a la oscuridad anónima de los espectadores. (A este hombre, caído en su flaqueza, por alguna razón se le puede imaginar buscando amparo en la Virgen María, pero no al que llega ahora).

Cuando la ilusión televisiva se interrumpe, alguien acaba de entrar a matar al Comediante en el apartamento de Edward Blake, reventando la puerta de un golpe furtivo. Saliendo de su rapto por lo bello, Edward Blake se pone en pie y sale a escena, pues deja de ser espectador y vuelve a ser personaje, siendo imperativa la acción sobre la voluntad. Volvemos a la historia agónica que cantó Homero al describir la lucha entre Héctor de Troya y Aquiles el Pélida: la estructura protagonista-antagonista, pero pudiendo invertirse los papeles, como en una lámina del test de Rorschach. El que acaba de echar la puerta abajo ya no es un tipo normal. Es capital señalar que ése que entra ahora a derramar la sangre de Blake es el mismo que estaba detrás del sutilísimo y embriagador efecto de la escena publicitaria de la que estaba participando el propio Blake un momento atrás; quien acaba de irrumpir en la habitación es el taumaturgo o autor sublime (no autor técnico) de la ilusión misma que se ocultaba en las escenas del anuncio; no un ejecutor material de los detalles del anuncio visible, sino alguien que ya en los preliminares estaba ejerciendo un poder mayor, jugando con los símbolos y el sentido programático del anuncio, conduciendo bajo el nombre de Adrian Veidt el trabajo de quienes iban a preparar ese ‘spot’ en su aspecto visible y material; es quien, por medio de una breve secuencia presentada con el pretexto de hacer comprar un frasco de perfume, traslada al espectador una impronta sobre algo que falta y ha de venir, una impresión de un carácter duradero y re-creativo, y a su manera, preternatural, como el alquimista que transforma “la realidad exterior por la realidad interior, lo material por lo espiritual, lo físico por lo metafísico, lo emanado por lo primero, lo pasajero por lo eterno, lo inferior por lo superior”. Ése que irrumpe en el piso de Edward Blake para matar al Comediante no es sino el profeta y el augur oculto de una humanidad divinizada, un héroe que, antes de ponerle su falso nombre al anuncio televisivo, lo ha consagrado –ya antes de que comiencen a prepararlo en el estudio- a una verdad más divina, haciéndolo vehículo de una esencia oculta que está intentando administrar en pequeñas dosis a los hombres vulgares, para que se desarrolle en ellos la espera de una vida transfigurada, elevada del hierro al oro. Pero –y ahí la gran brecha- este héroe oculto, Ozymandias, mantiene una distancia insalvable respecto a Edward Blake, respecto a los otros enmascarados (como Dreiberg y Laurie) y, en general, respecto a cualquiera que pueda quedarse embobado frente al televisor: ya no es un tipo normal, sino alguien que se ha iniciado en la ostentación de un poder superior (un poder faústico, mágico, por lo que tiene de oculto y formado sobre los númenes), un poder anterior a los resultados del cuerpo expuesto de cualquier obra, y alguien, por tanto, que jamás se vería atrapado o embaucado sin más por un mensaje sutil preparado en las trastiendas de la publicidad, las modas populares y/o los tumultos callejeros. Se trata, sí, de alguien que, con la mira puesta en las supuestas esferas de conciencia iluminada, moriría negándose a sí mismo la relativa paz que puede traer el dejarse reposar en la irrelevancia del espectador anónimo. Sigue sonando Unforgettable en el anuncio de perfume, que atrapa y reforma en ese momento -mientras Edward Blake sale lanzado por una ventana- los pensamientos y pupilas de millones de tipos normales, mejores o peores, pero todos ellos partícipes o víctimas de una lenta transformación, que a través de los gestos y mensajes cotidianos más triviales (entre los que puede haber modas juveniles, música pop, miedos viscerales al gran malvado o cambios súbitos en el gusto por determinados género de cine), está dándoles de beber de la corriente subterránea de un porvenir propiciado en un acto sangriento. El poder de hacer esto desde la gran máscara, llámese la apariencia “Mago de Oz”, “Jack el Destripador” o el “Monstruo-Calamar de Nueva York”, sea el augur el cirujano William Gull de From Hell o el Ozzymandias / Adrian Veidt de Watchmen, se merece el nombre de taumaturgia, es decir, el nombre de Magia (vamos a dejar la palabra con mayúscula inicial, pero que conste que de Aleister Crowley no sabemos nada más que, en su momento, lo tuvieron que pintar, siendo todavía un niño, en el Londres de From Hell).


Encuentro casual entre el inspector Abberline y un joven Aleister Crowley, ilustrado en From Hell. El joven Crowley aprovecha la ocasión para señalar el carácter mágico (ritual) del sacrificio y mutilación de los cuerpos de las prostitutas, indicando que quien esté detrás de los asesinatos está buscando hacerse "mágico e invisible". Como veremos más adelante, este carácter mágico de la tarea del Dr. Gull se completa con la presentación a la mal llamada "memoria colectiva" del mito del Destripador, impulsado a través de las revistas ilustradas de sucesos de la época.




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