lunes, 18 de mayo de 2009

“¿Qué pide el Señor de ti?” (II)

Se trata, sin duda, de una simple coincidencia: la momia del faraón Ramsés II, llamado por los griegos "Ozimandias", apareció junto a otras 39 en las cámaras de Dayr al-Bahari (Egipto) a lo largo de 1881, es decir, apenas siete años antes de que el Dr. Gull de From Hell emprendiese su "tarea divina". Algunas de esas momias -no la de Ramsés II- fueron adquiridas por el Museo Británico de Londres y se ganaron fama de reliquias malditas, llegando a ser asociadas con la caída del Imperio inglés. Moore explotó esa casualidad y se permitió vincular la "tarea divina" de Gull con la llegada de una reliquia egipcia de la corte de Tebas al Londres victoriano [From Hell, cap. V y cap. IX y sus respectivos apéndices]. El tema de la "espiral de violencia, autoridad y dolor", el "Orden geométrico" que crece en la historia universal a través del auge de los símbolos solares y de la sucesión de los poderes políticos que se sustentan sobre ellos -el Imperio egipcio, el Imperio romano, el Imperio británico, etcétera-, está detrás de ese episodio de las momias, y es uno de los puntos en los que se delata la idea de "Arquitectónica de la historia" que ha fascinado a Moore, y que nosotros vamos a rechazar, precisamente por metafísica. Llegar hasta esa idea era posible, empero, ya a partir de ciertos pasajes de Watchmen:

-Curioso... Los antiguos faraones aguardaban el fin del mundo, creían que los muertos se levantarían, sacarían sus corazones de los recipientes. Casi lo deseaban. Ahora entiendo mi disgusto por las reliquias y los reyes muertos... Al final, son ellos o nosotros. [X, pp. 20 y 21]


Las palabras de Rorschach anticipan algo sobre la "verdadera identidad" de quien se oculta tras los asesinatos de E. Blake -el Comediante- y Jacobi -"Moloch"-, aunque no aciertan en el "propósito" del agente ni dan con su "identidad aparente". Es el propio Adrian Veidt quien confirma más adelante [cap. XI, pp. 7 a 11], ante unos sirvientes a los que acaba de envenenar, que esos asesinatos responden a su propósito de igualarse a Alejandro Magno y "tener algo que contarle si lo encontraba en el club de las leyendas". Aquí se reconstruye la "escena fundacional" que habíamos confirmado en el caso del Dr. Gull pintado por Moore y Campbell: aunque, como en el propio género de superhéroes, la "tríada de (super)verdades" se resiste a ser descubierta en ese relato [nota 2], que a fin de cuentas, está puesto en boca de un "superhéroe", alguien que debe jugar a la ocultación para (aparentar) serlo. El "origen extraordinario" de Veidt no es tanto el suyo como el origen legendario de Alejandro Magno y Ramsés II, con quienes tiene la voluntad de igualarse como un tercer y definitivo Ozimandias desde la muerte de sus padres en su adolescencia: "el único ser humano con el que sentía cierta afinidad murió trescientos años antes de nacer Jesús" [XI, 8]. Parece ser que el Macedonio y el ramésida más brillante compartían una creencia firme en su origen divino: el muy longevo faraón Ramsés II (siglo XIII a.C.), durante cuyo reinado Egipto alcanzó la paz con los hititas "unificando el mundo", fue uno de los pocos faraones que mandó levantar templos en los que se adoraba su figura. Y es cierto que, como cuenta el propio Veidt, Alejandro de Macedonia fue reconocido por los sacerdotes egipcios como hijo de Zeus-Amón, logrando confirmar así su presunto parentesco con el héroe Aquiles, una figura con la que se identificó desde su infancia. Con esto ya hemos llegado al punto de la "verdadera identidad" de Adrian Veidt: no es quien parece ser -un empresario y aventurero enmascarado retirado-, sino que es el moderno Ozimandias, aquel que como Alejandro ha de reclamar el imperio del entero mundo, resolviendo el enigma del nudo gordiano; desde su niñez, cuando tuvo que hacer de su inteligencia un secreto para evitar la agitación de sus compañeros [XI, 8], ha sido "el oculto", esto es, un hijo de Amón-Ra. William Gull, como vimos más arriba, también fantaseaba en su niñez a costa de su parecido con un "unificador del mundo": Napoleón Bonaparte. Y falta todavía el "gran propósito". Como el Dr. Gull, Adrian Veidt ha tenido una visión en que la talla de la "tarea" le viene dada:

"La noche antes de volver a América, vagué por el desierto y me comí una bola de hachís que me habían dado en el Tibet. La visión que tuve me transformó. Nadando en historia en polvo, oí a los reyes muertos que caminaban bajo tierra; escuché fanfarrias resonando en cráneos humanos. Alejandro había resucitado una era de los faraones. ¡Ahora su sabiduría inmortal me inspiraba a mí!" [XI, 10] [véase nota 3]

En ambos casos el punto está en alcanzar de antemano y con total certeza la talla divina con que la "visión" reviste la tarea, y no tanto en descubrir sus aspectos terrenales: lo esencial es dejar abierta la puerta para la "gran tarea", la empresa secreta a la que el personaje no puede renunciar y para cuya satisfacción deberá estar dispuesto a descender a los infiernos: una tarea de la que sólo él conoce su auténtico alcance y su origen divino. Será tras recibir un encargo de la reina Victoria, en una entrevista posterior a la "revelación" del Dios masón, cuando Gull pueda iniciar el sacrificio de las prostitutas; empero, sólo será Gull -no la reina inglesa ni algún miembro de la Hermandad masónica- quien, gracias a esa "revelación" del Dios masón, llegue a comprender el sentido pleno de su empresa y su relación con la tradición de los druidas, la raíz de toda la francmasonería y la "victoria histórica de la Razón sobre el caos de la imaginación": por eso sólo a él se le presentan los resultados de su tarea en el siglo XX por medio de nuevas visiones, en las que se descubre vagando en un edificio de oficinas contemporáneo entre medias de fantasmas humanos y pantallas de ordenador.

Sigue aplicándose lo mismo para Veidt: tras el trance en que culmina su recorrido a través de la ruta de Alejandro Magno, éste ya se halla "predispuesto" a apropiarse de una gran tarea que se corresponda a su "origen", a su (super)verdad. Vuelve a América, y adoptando el nombre de Ozimandias, se enmascara para "conquistar no a los hombres, sino los males que los aquejan" [XI, 11]; es ya inamovible desde entonces el sentido "divino" de su empresa. El episodio que determina esta tarea, completando el esbozo de ella que había en la "visión", es igualmente posterior: la poco afortunada reunión de héroes enmascarados convocada en 1964 por el Capitán Metrópolis [XI, 19], durante la cual Veidt acaba vinculando su semejanza con Ozimandias con la necesidad de "unificar el mundo" desde su aparente retiro: unificar el mundo como moderno Ozimandias, y a la vez ocultar el alcance de esa tarea a los ojos de todos, mediante un gran fraude; pero el fondo de esa "salvación del mundo moderno" sigue siendo el de reconciliarse él mismo con su "origen divino", integrándose en la leyenda de Ozimandias. Como en el caso de Jack el Destripador, no sólo es secreta la identidad de quien queda tras la "gran apariencia engañosa" -en este caso, el cuerpo del fingido invasor extraterrestre, el llamado "calamar"-, sino que hay un secreto de segundo grado, una (super)verdad que sólo llegan a conocer sus sirvientes poco después de ser envenenados y que tampoco es visible para los otros vigilantes: el alcance divino de los actos de quien se ha ocultado tras el gran fraude. Y ése es el secreto que queda, como diría Gull en su infancia, "entre el Señor y yo", tras la realización de la tarea "extremadamente complicada". Pero, ¿dónde termina para el mortal esa "aproximación máxima a la divinidad"? [Véase tambien nuestro "Pasatiempo a partir de una casualidad"]


Dejando aparte nuestra búsqueda de la "tríada de (super)verdades", una invención que les ruego destruyan tan pronto terminen de leer estas líneas, la convergencia más significativa entre Gull y Veidt será la que se produzca al esfumarse de pronto la ficción montada por y ante cada uno de ellos sobre esa tríada, es decir: al invertirse, continuando su propia lógica, el sentido de esas (super)verdades, resultando al final en el más soberano fraude. La (super)verdad que niega la apariencia cotidiana como algo "ficticio", al vaciarse en su plenitud, se invierte y acaba siendo una (super)falsa apariencia, una deformación engañosa de otra cosa que, desde antes, le quedaba por debajo: algo que sólo podía fascinar y ejercer su "poder simbólico" -diría el inglés- ofreciendo, precisamente, una apariencia deformada que intentase suprimir la buena apariencia de lo mundano, tachándola de "confusión", de "mera apariencia que tiene que ser superada". Pero esa (super)verdad no es tal, sino que se ve reducida a espejismo, a trampantojo sutil por el que se acaba perdiendo el contacto con lo mundano; esto se ejemplifica en el caso de la momia de la cortesana de Tebas antes mencionada, que, oculta bajo el gesto inmortal de la serena y bella máscara dorada -cuenta Moore en sus apéndices-, ofrecía después, con su rostro de carne muerta, una mueca nada reconfortante; mientras tanto, atraía hacia su "viaje espiritual" a los "alucinados del otro mundo", recurriendo a ellos para completar su significado.


Al tocar a su término esa aproximación solitaria a la (super)verdad, ninguno de estos dos personajes -Gull y Veidt- habrá cerrado totalmente la "tarea" que les debe igualar a sus "maestros espirituales": a Gull se le ha escapado María Kelly y a Veidt el diario de Rorschach. Pero lo que no ha fallado en su empresa ha sido el derramamiento de sangre, y tampoco la transfiguración de los dos agentes durante la ejecución de la tarea divina: la transfiguración no en aquella (super)verdad, en aquella (super)identidad, sino en lo queda de ella tras abrirle paso por la única vía posible: la ofrenda de sangre ante lo "espiritual puro".
Ya nos hemos referido al capítulo final de From Hell, "La ascensión de Gull", durante el que, poco antes de su muerte, éste se incorpora a un "arco del Templo masónico de la Eternidad" y va cobrando diversas formas espantosas y sobrenaturales en lugares y momentos que se encuentran especialmente vinculados con la sangre humana y los rituales dionisiacos, masónicos o druídicos ("solares", según Moore). En un punto de ese "arco temporal", Gull es descubierto por la mirada del poeta e ilustrador inglés William Blake a finales del siglo XVIII: ahí el poeta lo dibuja como el demonio escamoso y de lengua viperina que aparece en su famosa lámina "Fantasma de una pulga", un demonio necesitado de sangre que parece horrorizarse de su propio apetito.


La imagen que envuelve a Adrian Veidt tras la ejecución de su plan no es ésa, sino la del náufrago del cómic Relatos del Navío Negro, que al final de su travesía, pese a sus "planes bienintencionados", acaba convertido en un miembro de la monstruosa tripulación del barco pirata que debe conducirlo al Infierno [véase apéndice de cap. V de Watchmen]. La pesadilla de Veidt [XII, 27] en que éste se ve "nadando hacia un horrendo..." corresponde a las últimas visiones del náufrago antes de aceptar el cabo que le lanzan desde el Navío Negro [XI, 20 y 23]. Su coqueteo con la divinidad, su fusión con la leyenda de Ozimandias lo aproxima, desde luego, a su "origen divino", a su (super)verdad: pero si ese "origen divino" era una (super)verdad al convocar al personaje, ahora, al tener que tocar a su término el fraude de la "escena fundacional" y en la máxima aproximación entre el "yo aparente" y el "yo verdadero", se ha de revelar como todo lo contrario: seguirá disipándose como una apariencia engañosa hasta convertir al náufrago en un muerto viviente, en alguien que ha conseguido, mediante fuerza de voluntad y falsificación, quitarse de encima todo rubor vital: alguien que ha ingresado en el club de los muertos legendarios, descubriendo que, bajo las máscaras brillantes, sólo hay carne momificada. Tal es la recompensa que puede ofrecer un (super)verdad que no consiste sino en una suplantación. Los cómics de piratas, que habían sustituido a los cómics de superhéroes en los Estados Unidos ficticios de Watchmen [véase III, p. 25], son a su vez desplazados por los cómics de monstruos y muertos vivientes [véase bajo la zapatilla de Seymour en XII, 31]: Tales from the Morgue.


Ahí es donde la lógica del género de superhéroes queda agotada para el Moore de Watchmen y conduce hasta el Infierno -no un infierno metafísico, sino un infierno abierto por la violencia y la persecución de la (super)verdad a costa de las pequeñas verdades, las verdades de la mortalidad- desde el que el cirujano William Gull encabezará la presunta carta de Jack el Destripador: "Desde el Infierno" [cap. IX de From Hell]. De esta manera, la aparición del género de superhéroes en 1938 como un fenómeno propio del mundo "desdivinizado" del siglo XX tendrá que ser comprendida, según Moore, desde los sorprendentes y más cruentos resultados de su descomposición: una ficción que se remonta en forma al año 1888, pero que sólo podría tener lugar contando con los resultados de Watchmen.

-Según Croley, Inglaterra perderá la India en 1950. Las principales potencias mundiales serán Rusia y América. (...)
-(...) ¿Y qué hará que América se convierta en una potencia mundial? ¿Los espectáculos del Salvaje Oeste?
-Bueno: como Frank North le dijo a Cody [Buffalo Bill] allá en el 83... "Dales ilusiones, no realismo". La ilusión del Salvaje Oeste. Caca de vaca. La vendemos, y todo el mundo quiere comprar. No subestime nunca el poder de la caca de vaca, inspector.
[Fragmento de una conversación entre el inspector Abberline y Mexico Joe en el cap. 6 de From Hell]


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