lunes, 18 de mayo de 2009

“¿Qué pide el Señor de ti?” (puente)

DEBE de haber allá en el cielo cierto dios -un dios panzudo, cínico, cuya ocupación es la de disponer para cada una de las almas destinadas al paritorio un conjunto de circunstancias tan bien adecuadas a su carácter que harán que el resultado de su vida, en el triunfo o en la derrota, quede pendiente del más fino de los hilos. Así debió de sentirse Hugo al regresar a casa desde la Gran Guerra. [Gladiator, cap. XVI]


Al resumir más atrás el relato sobre la vida errática de Hugo Danner, “el hombre que pudo ser Superman”, no estábamos haciendo sólo eso: pretendíamos, ante todo, hablar de los obscenos antecedentes de la ficción superheroica y su reaparición en Watchmen. Daré por sentado a partir de ahora que o bien ya han leído la novela Gladiator de Philip Wylie o bien son ustedes de esos lectores que no encuentran en el conocimiento previo de trama y desenlace un asalto a la “experiencia personal (e intransferible) de la lectura”. Voy a tener que adelantarles el desenlace de Gladiator, para mostrar hasta qué punto era necesario que el género superheroico echase tierra encima de una posible lectura de este desenlace -justamente la que mejor encajaría en la trama de Watchmen- para poder levantarse como lo que es, para exhibirse con la apariencia magnífica de un entretenimiento que pone a salvo a su joven lector -al menos, durante la ficción- de la crisis de figuras éticas, el desmoronamiento comunitario y la irresolución moral que proliferan alrededor del Hombre americano [véase Superhéroes y crisis (...) ]; para poder levantarse, en definitiva, encima del olvido y el disimulo, con la complicidad culpable del lector (nota 1).


¿Cuál era -decíamos- la “gran tarea” que correspondía reclamar a Hugo Danner, aquélla que estaba hecha a la medida de sus fuerzas sobrehumanas y podía, en definitiva, darle la clave del “auténtico comienzo” de su biografía? ¿Qué “gran fin” podía actuar como un imán sobre la figura de un “gran yo” que se le había perdido a Hugo en medio de los caminos del mundo como una aguja en un pajar? Hugo había nacido dotado de los "atributos milagrosos" que darían después tanto juego a Superman; pero, a diferencia de él, se encuentra perplejo ante ellos y carece de una comprensión de su "propósito". A falta de una "misión", Hugo se encuentra abandonado a la zozobra y el desconcierto. ¿Qué “propósito” era el único plenamente acorde con su “secreto“ [sus capacidades sobrehumanas] y capaz de ofrecerle la figura completa y plenamente desarrollada de su persona? En el último capítulo de Gladiator, el “gran propósito” de Danner quedaba, por fin, al descubierto, como si hubiese sido “desenterrado“ junto a las ruinas mayas en lugar de haber sido improvisado: Hugo no es -y por eso no pudo ser- el reformador del viejo género humano, sino el comienzo de una nueva (Super)humanidad, libre de las miserias que atan a los hombres del presente: la estirpe de los Nuevos Titanes, los Hombres del Mañana. El "verdadero propósito" de Hugo alcanzaba desde siempre una talla que hasta ese momento él mismo no se había atrevido a afrontar: había pensado como Hombre la tarea del superhombre (?), y por eso el conocimiento de esa tarea se le había escapado. En el último capítulo de la novela se ha despejado por fin la que él ha tomado como incógnita central de su existencia: la incógnita sobre el "gran propósito" que puede corresponder plenamente a ese "don".

Parecería que a partir de ahí su biografía quedaba resuelta, "resuelta" como cuando se resuelve un acertijo al que se ha estado dando vueltas mucho tiempo o se resuelve uno mismo a actuar: Hugo ya sabría qué hacer y cómo evitar que el mundo le impida ser quien es, obligándole a enmascararse perpetuamente bajo un “yo simulado”. Para sorpresa y quizás disgusto del lector, la trama de Gladiator no se extiende, tras ese descubrimiento colosal, hasta el triunfo final de Hugo Danner como patriarca de los Nuevos Titanes, sino que concluye abruptamente tras un par de páginas, sin que algún cabo suelto ofrezca una posibilidad de continuación: Hugo es fulminado por un rayo que parece lanzado por algún dios altitonante -un Dios que no admite enmiendas a la Creación-, y los papeles que contienen la fórmula del "supersuero" arden y se deshacen en la tempestad. Pero el desenlace conclusivo de Gladiator, en buena parte anunciado desde sus primeros capítulos [el "¿Y qué pasa con Dios?" del capítulo IV], no será aceptado como tal por el público estadounidense, por motivos que estamos intentando aclarar.

La muerte de Hugo Danner cancelaba toda posibilidad de seguir adelante en el espectáculo de la intervención de sus fuerzas sobrehumanas en la ortopedia del mundo del siglo XX. Para dilatarse en ese espectáculo había, por tanto, que ir más allá del final escrito por Wylie, esquivarlo en alguna forma, aunque eso sólo fuese posible retrasando el cierre trágico de la trama mediante un truco de ilusionismo, olvidándose de éste provisionalmente -pues pudiera darse que, como en Edipo Rey, el final ya hubiera sido sentenciado por el progreso de la lógica dramática. Algunos de los lectores inmediatos de Gladiator, entre ellos los padres de Superman -y muy posiblemente el reformador Stan Lee- saltarán a la escena para reclamar una continuación que pudiese conducir hasta un "buen" final, hacia un clímax más adecuado a la adulación del público y montado sobre un espectáculo más llevadero: un espectáculo en el que el Hombre del Mañana pudiese "reformar el mundo" allí donde Hugo Danner, nacido con las mismas potencias milagrosas que él, había fracasado. Y no es poco el interés que al lector le va, siquiera por medio del consuelo ficticio, en el triunfo del Hombre del Mañana. De modo fraudulento, pero con el consentimiento de todos los espectadores, el final de Gladiator se convertirá después en el comienzo del nunca concluso género superheroico.


Ahora vamos a tratar de localizar el punto de apoyo que permite hacer fuerza para desviar el final de Gladiator hacia el montaje del género superheroico. De alguna manera, intentaremos hacernos cargo de la preguntas clásicas "¿qué va con la condición de superhéroe?" o "¿cómo se reconoce a un superhéroe sobre la escena?" -podríamos decir: por su traje, por sus superpoderes, por su carácter caballeresco, por su origen excepcional, etcétera- desviándolas hacia otras cuestiones, cuestiones sobre el "salto" o la "pirueta" que la ficción debe dar para comenzar a revestirse de un "tono superheroico" y esquivar -provisionalmente- el final de Gladiator: ¿qué aparato escénico permite que Clark Kent se transforme en el primer superhéroe, cuando Hugo, su hermano gemelo, no tuvo ocasión de adoptar ese papel? ¿Cómo fue posible montar la primera ficción superheroica alrededor del "don secreto" de Clark Kent [sus fuerzas sobrehumanas] y evitar, al tiempo, que ese "don" lo marcase con la mala estrella de Hugo Danner?

Aquí vamos a proponer una respuesta a estas preguntas haciendo un baile entre Watchmen y From Hell. Si ambas obras contienen algún tipo de "desmontaje" del género de superhéroes, de su genealogía y su peculiar máquina teatral, entonces no evitarán comprometerse con una respuesta a esas cuestiones. Por supuesto, leer esas dos obras conjuntamente no nos permite fundirlas, sino examinar una secuencia de "evoluciones" entre ellas. Interpretar Watchmen como una fuga abierta en 1986 hacia un "más allá del género de superhéroes", hacia un terreno menos sujeto a la trampa de sus fundamentos, nos permite encontrar en From Hell -una obra que Moore y Campbell comienzan a preparar alrededor de 1988, en el año del centenario del Destripador- una prospección del fondo de muchos otros fenómenos propios de nuestro tiempo, entre los que el género de superhéroes aparecería sólo como uno más. Si a lo largo de la trama de Watchmen la pregunta "¿quién vigila a los vigilantes?" se transforma en "¿quién vigila los cielos?" [véase nuestro "Viaje psicodélico por los tentáculos del calamar"] ahora el título del capítulo IV de From Hell nos plantea otra pregunta, que -creemos- no deja de estar alineada con las anteriores: "¿qué pide el Señor de ti?".

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