viernes, 25 de julio de 2025

Hijos de un sueño inacabado (II)

  

Siguiendo el mismo argumento-mito, también en From Hell, vemos que la pareja Moore / Campbell aprovecha una coincidencia cronológica (aparentemente cronológica, pero arquitectónica según el transfondo de From Hell), para retratar el momento de la concepción en 1888 del que será el Conductor del III Imperio Alemán; su madre, Clara, padece en plena coyunda una fantasía incontrolada en la que se le presenta una riada de sangre saliendo de las entrañas el templo cristiano de Londres conocido como “Christ Church in Spitalfields” (el hito arquitectónico que Gull ha tomado como punto clave para su gran performance mágico como el Destripador de Whitechapel) y arrastrando hasta la muerte a un grupo de hombres vestidos como judíos askenazíes; para remate, en una de las páginas de contracubierta de otro número de From Hell se reproduce sin mayor aviso una pintura de 1889, atribuida al pintor Franz von Stuck, en la que el dios Wotan cabalga dirigiendo una Cacería Salvaje (Wilde Jadg) junto a espíritus infernales y demonios, como para irrumpir dentro del espacio del espectador y ser el azote del mundo de los vivos; el rostro de ese Wotan ofrece un aspecto que parece haber imitado, a sabiendas o no, aquel Adolfo que tantos quebrantos causaría entre los sujetos de la Corona inglesa a partir de 1939, como agitando de nuevo el fantasma de Bonaparte. ¿Qué nos están dejando caer el Sr. Moore, en complicidad con el Sr. Campbell? ¿Acaso ese retrato ejerció sobre el vientre de Clara Hitler un influjo similar al que tuvo en su día el retrato de Napoleón que tuvo delante la madre de William Gull? En algún punto de los apéndices de From Hell (o quizás en El Amnios Natal –hablo de memoria) Moore vuelve a apuntar la insuficiencia de la filosofía racionalista de la historia para anticipar la historia misma, y por tanto, para explicarla en términos reales: hablando de la expansión de Alemania bajo los auspicios del nazismo y la nueva guerra mundial, se le hace ridícula la tesis de que “los burgueses alemanes habían fabricado tantos tanques y aviones de guerra que tenían que hacer uso de ellos en la guerra relámpago para poder seguir manteniendo su economía nacional”. ¿Es la tesis de la filosofía marxista-leninista sobre la transformación necesaria del Estado-nación contemporáneo (capitalista) en fuerza imperial, en choque inevitable y sin tregua con otros estados, un ejercicio de retórica innecesaria, que nada tiene que ver con la explicación de las “guerras mundiales” que se vieron durante el siglo XX? ¿O simplemente el tal Moore está afirmando que no hay suficiente antecedente –como nunca podrá haberlo- en los hechos mismos y en la lógica de lo real-racional para dar cuenta de por qué, un buen día, el aspirante a pintor Adolfo Hitler -conscientemente o no-  cambió el oficio de pintar lienzos por la aspiración a encarnar él mismo al Wotan del lienzo de Franz von Stuck, sustituyendo la cabalgata infernal de los espíritus sobre el mundo de los vivos por otra cosa, aparentemente explicable por las ciencias históricas serias como “una consecuencia inevitable de la estructura de la Economía política alemana dejada por la guerra de 1914-1917“?

Primera página del cap. V de From Hell "La némesis de la desidia", en la que se presenta a la madre de Adolf, futuro Conductor del III Imperio, abordada por su esposo y por una fantasía sobre ; en el contexto de From Hell, este momento tiene relación con los actos que se están desarrollando en Londres a cargo del Dr. Gull, bajo el disfraz del Destripador.


Volviendo a estirar del hilo de las cuentas dejadas por el Sr. Moore, de nuevo se nos ponen a la vista asuntos pequeños (apenas embrionarios) que bien merecen una obra aparte. Una nueva perla se nos queda entre las manos tras ver y escudriñar con agrado las viñetas de Un pequeño asesinato (A small killing, dibujado por Óscar Zárate), donde ocurre algo que, siendo mínimo para la historia del género humano, desencadena una crisis alquímica en la vida del protagonista, quien acaba disociado de un estadio alienante de su propia persona y convocado a un enfrentamiento ni real ni alucinatorio con la ensoñación de su propia vida pre-adulta, representada por un visitante al que parece sólo puede ver él mismo, y que, como veremos a continuación, puede ser tanto una parte de él como del hijo que nunca llegó a conocer, pero que se ha seguido desarrollando. El desencadenante más traumático de esta transformación, su antecedente trágico de cara al espectador, parece ser “algo tan pequeño que apenas puede decirse que haya ocurrido”, como afirma el Dr. Manhattan refiriéndose a su conocimiento de las cosas subatómicas que son parte del Reloj sin relojero. Quien las haya tenido delante no podrá olvidar las viñetas en que el protagonista de Un pequeño asesinato encuentra el embrión de su propio hijo arrancado de las entrañas de la mujer a la que amaba, entregado junto a una nota dentro de una caja de cartón. En la lógica de lo real la muerte de un no-nato en estado de primer embrión, separado de la mórula por apenas unas semanas y “todavía” sin la apariencia del infante, no merece ser recogida como lo hubiera sido la muerte de Aquiles: no hay, pues, actos de ese primer ser que, según esta medida de lo que es, deban recogerse en los cánticos heroicos, ni lamentaciones que puedan entonarse desde el coro. Y sin embargo, la medida poética de un escritor de cómics pone en el centro de su motivación la pérdida cruel de alguien que, propiamente, apenas había tenido tiempo de hacerse relevante para el curso de la historia que queda en los relatos desde los tiempos de la Ilíada o el poema de Gilgamesh, de alguien que todavía no había despertado, pero que se encontraba en la matriz de su madre, soñando –quién sabe- de sus mismos sueños, y bebiendo (o más bien formándose) de éstos a través de la placenta en la misma medida en que va cobrando aspecto real por medio de los nutrientes, envuelto en el misterio sobre quién había empezado a ser, un problema planteado e irresoluble que envuelve el final de El Amnios Natal: un problema que nunca podrá resolverse en los términos de la citosina, la guanina, la adenina, o el uracilo (cito de memoria las palabras finales de El amnios natal). Pues tanto como lo que es, eso que no es, y simplemente no está formado ni existe, acaba siendo necesario para el desarrollo de alguien que seguirá, mientras sueña, formándose como algo abierto al cambio y el desarrollo, mitad real y mitad irreal. “Que lo que es, es, y no puede no ser” (en palabras del padre Parménides): “que lo que no es, no es, y no puede ser”, sigue el poema de Parménides, alardeando de la identificación entre la permanencia y el ser. Pero, si “lo que no es” ya aparece en el mismo poema de Parménides como algo a tomar en consideración, ¿tan absoluta es la diferencia entre lo que es y lo que no es para aquellos que son capaces de hacer y entender un poema? Si aceptásemos que en los seres vivientes existe una suerte de metabolismo de los sueños, generador y no sólo reparador, y por tanto, no sólo un metabolismo físico-químico de los ingredientes meramente sustanciales que los seres vivos se han de procurar durante la vigilia y la actividad sobre su entorno, ¿cuál sería la consecuencia en eso que se ha llamado “comprensión del Ser” en la filosofía del siglo XX? Y es que, al menos desde tiempos de Aristóteles, todo ser viviente se ha querido comprender y valorar desde la actividad modélica, culminante y consciente (vigilante y calculada) de los atletas y héroes griegos, suponiéndose que, en el sueño, como en la muerte, no hay diferencias ni aportes que valga la pena tomar en consideración de cara al desarrollo filogenético y ontogenético. Mas, si precisamente en los animales superiores se comprueba que la actividad viviente durante el descanso da lugar a ensoñaciones, que agitan la supuesta quietud para deshacer la diferencia entra la fantasía y la realidad presente, ¿no será que el sueño no es una mera interrupción necesaria dentro de los episodios de vigilia, sino una función orgánica anterior a la formación de la vigilia misma, fundamental para ésta, y no meramente envuelta y subordinada por ésta como “objetivo final” del organismo?. Si en la llamada Magia del Caos (que no dejo de emparentar con el Idealismo de la Naturaleza de Friedrich Schelling, como ya hemos sugerido), supuestamente compartida por Alan Moore con otros artistas-taumaturgos, lo que llamamos “lo real” no deja de ser una proyección pasajera (entre otras posibles) de una matriz interminable de formas, una trama de sombras chinescas arrojadas sobre el plano definido al que, por convención o por obediencia, escogemos atenernos para la preservación de nuestra “Razón cósmica” pero que no es capaz de agotar su propio origen, entonces podemos invertir el orden de los términos , y decir que la vigilia no es sino una interrupción aparente y pasajera de un eterno sueño al que no le molesta el cambio, al igual que “lo real-racional” no es sino una proyección transitoria de lo irreal, pero una proyección a la que, por un motivo u otro, nos estamos aferrando como “canon de lo posible”, tanto a la hora de aceptar lo que hay como a la hora de explicarlo, proclamando la superación de la vida mítica de nuestros ancestros con un entusiasmo sospechoso.


En Un pequeño asesinato (A Small Killing, O. Zárate / Alan Moore) el desgajamiento, en la forma de un niño que le acecha, de una parte de lo que es (y de lo que no ha sido) el protagonista, puede entenderse tanto como un enfrentamiento entre aspectos irreconciliables de su persona (vida adulta como profesional de la publicidad - vida como amante y dibujante) como un enfrentamiento al hijo que nunca llegó a tener, pues ambos (padre e hijo) están ligados más por lo que fue, por lo que no llegó a ser: pese a todo, persiste una comunión esencial e íntima entre ambos, basada en el sueño que hubiesen compartido, y que el hombre adulto insiste en negarse entre medias de sus obligaciones y glorias mundanas.


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