viernes, 7 de febrero de 2025

Ese aciago Relojero

 




Hoy nos vamos a limitar a hacer una sugerencia de lectura breve, de modo que, quien se vea conmovido por estas cuestiones, no pierda de vista el hilo sutil del problema del tiempo entre las tramas del Sr. Moore. Muchas son las vueltas que el asunto del tiempo ha recibido entre el capítulo “Relojero” de Watchmen y las obras posteriores de Alan Moore & Cía., llevando al límite la capacidad del cómic para señalar en las viñetas de una página, por analogía, la simultaneidad de los pasados, presentes y futuros en la perspectiva de la eternidad. La pregunta “¿Qué es la cuarta dimensión?”, presentando una idea del tiempo propia del Urizen del compás y la plomada retratado por William Blake, da lugar en From Hell a un capítulo iniciático de una misión divina, un episodio biográfico del Dr. Gull en el parece no estar ocurriendo nada y en el que sin embargo, el carácter del protagonista se prepara para el encumbramiento final en “La ascensión de Gull” –un rapto metempsicótico en el que su alma se manifiesta en diferentes formas horrorosas a lo largo de la historia de Inglaterra-; mientras tanto, en The Courtyard y en Providence (véase especialmente el capítulo inspirado en los “Sueños en la casa de la bruja”), la misma cuestión, sin necesidad de formularse más que a través de la estructura gráfica de las viñetas y la narrativa, da lugar a una supresión de la lógica que anula la capacidad del protagonista / narrador para sobreponerse al horror cósmico, dándole un nuevo giro (siniestro) a aquello que les ha venido aconteciendo bajo la ilusión de estar ellos queriéndolo hacer. El tiempo como una suerte de espejismo (o broma), en efecto, es una idea que va rodeando (pero efectivamente, rodeando) cada uno de los intentos de Moore por plantarse con sus personajes entre la eternidad del Dios y la composición y quiebra del yo protagonista como una gran impostura.




Tanto a C.G. Jung como a Moore -sea ya gracias a las doctrinas teosóficas paridas por el final del siglo XIX (“el año mágico de 1888”), sea ya por el revival erudito desatado por el hallazgo en 1945 de la colección de escritos gnósticos antiguos de Nag Hammadi- les ha parecido de alguna importancia el tema del Dios de los gnósticos, una contrapartida para minorías del Dios de la Cristiandad que se va perfilando en los primeros siglos de existencia de la Iglesia católica, y que en múltiples aspectos (Demiurgo, Ialdabaoth, Samael, etc…) llega hasta el pensamiento moderno y el ocultismo de la llamada “Filosofía Natural” heredera de la alquimia, en los tiempos de Huygens y Newton, Swedenborg y Kant, con La Gran Restauración de F. Bacon a la vista. Por esto y por la relevancia de las corrientes gnósticas en la tradición mágica antigua y moderna, no creo que en estas incursiones  podamos evadir por mucho más tiempo el asunto de la cuarta dimensión, aunque estemos, como siempre, volviendo a las páginas de Watchmen, donde –al menos en apariencia- no parece haber ningún tipo de interpretación mágica del deambular de Jon Osterman (Dr. Manhattan) entre los acontecimientos de su vida sub specie aeternitatis. Con este interés, que hoy se queda en poco o nada, dejo aquí las aquilatadas y reposadas palabras de Ireneo de Lyon, santo y obispo católico, en Contra las herejías, palabras que bien parecen haber sido escritos para la eternidad, pero no desde luego para la eternidad que se asoma en las obras de Alan Moore:

“Además, el Demiurgo quiso imitar la ilimitación, la eternidad, la infinitud y la intemporalidad [de los primeros Eones] (…) pero no pudo imitar su esencia eterna e inmutable, ya que él mismo era sólo el fruto de una deficiencia. Entonces expresó el ser eterno (…) en períodos y series de numerosos años, pensando imitar, gracias a la multiplicación del tiempo, la infinitud [de los primeros Eones]. Entonces se le escapó la verdad y siguió la mentira. He aquí por qué su obra deberá ser destruida al final de los tiempos.”

Esta presentación cómico-negativa del tiempo como la manifestación imitativa, paródica, versión torpe y deforme de la eternidad, una falsificación o errancia por medio de la cual un Ordenador del cosmos chapucero, incapaz de compartir la auténtica divinidad,  impone al mundo de los vivos una estructura que lo hace cambiar entre el antes, el ahora y el después - añadiéndole así una variable más que le resulta necesaria para imponer su poder limitado sobre el en sí caótico mundo material-  es una maniobra propia de las doctrinas gnósticas; y habría que ver cómo esta misma idea negativa del tiempo, que es una crítica radical del Dios creador del mundo material, permite darle una justificación filosófica (pero metafísica) a la práctica de la magia, ritual y no ritual, que haría de las diferentes variantes del gnosticismo la matriz ideológica más atractiva para los que se llaman “magos”. Aunque eso será más adelante.


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