Prólogo y presentación: qué intenta hacer este trabajo.
Motivación y clave de nuestra lectura de Watchmen.
Todo este ensayo de lectura pone en ejercicio una tesis de partida: nuestro presente todavía no ha reflexionado suficientemente sobre cuáles fueron y siguen siendo el alcance histórico de la aparición de los superhéroes y las razones de su inmediato asentamiento en la América contemporánea, y tampoco sobre cómo este género pudo hallar tan buen acomodo, como una invención más del Modo de vida americano, en la "cultura popular" de algunos de los países occidentales que se han aventajado en la construcción del mundo histórico que se configuró tras el final de la II Guerra Mundial. Al dejar entre comillas el sintagma "cultura popular" estamos justamente atacando uno de los prejuicios en que más habitualmente tropezamos al querer deshacernos de la apariencia de transparencia y vanidad de ciertos fenómenos históricos "cotidianos", en los que, se diría, nada queda oculto a los que están más directamente inmersos en ellos. Ni siquiera los participantes de primera mano en acontecimientos excepcionales requieren en medio de la acción de una conciencia clara sobre el carácter transcendental de sus actos, que está siempre un paso por delante de toda conciencia. ¿Qué podían o necesitaban saber sobre la relación entre sus actos y la llegada de la "Era atómica" los miembros de la tripulación del bombardero Enola Gay, cuando lanzaron sobre Hiroshima un artefacto cuyo poder les era desconocido? Probablemente sólo el paso del tiempo permita situar los acontecimientos en su lugar, porque sólo en ese paso reciben su transcendencia y su plena significación; y sin embargo, tampoco basta el mero paso del tiempo a la hora de descubrir éstas y decidirlas. ¿Sabían Jerry Siegel y Joe Shuster, los padres del Superman de 1938, cuán largo sería y hasta dónde podría conducir el hilo ficticio que habían entresacado de la trama de su propio mundo? ¿Acaso podían saber que en esas primeras viñetas de Superman estaba ya reclamando su lugar una figura de ficción antes desconocida y que, en definitiva, en eso que sería la obertura del género superheroico se alumbraba un nuevo modo de decir las cosas, de dirigirse al hombre medio de nuestro tiempo y de abundar en las decisiones y las indecisiones propias del American Way? A este nivel de la conciencia histórica sobre lo que se está haciendo realmente y con qué consecuencias no podemos hablar sin más de "responsabilidad" o "irresponsabilidad". Quizás nosotros tampoco seamos capaces de tomar la medida a los superhéroes, 70 años después de su invención, por más que sea nuestro propósito aquí el de presentar una lectura de Watchmen practicada en esa dirección. Como otras expresiones de las bellas artes, las figuras ficticias populares del cómic y los géneros de discurso que las desarrollan contribuyen a la decantación queda y prolongada del estilo de nuestra época, faltándoles el estrépito y el ritmo con el que lo hacen las grandes sacudidas revolucionarias. Por supuesto, el género de ficción de los superhéroes no puede dejar de pertenecer a su tiempo, por más que quiera negarse desde la "crítica" de éste su "valor cultural", rechazándolo por quedar necesariamente unido a las industrias del entretenimiento del cómic, el cine y las series televisadas -podría incluso pensarse que sus contenidos ficticios están esencialmente determinados por la escala de mercado en que deben moverse esos formatos para resultar rentables, como determinados están los contenidos musicales de la música popular desde la llegada de los receptores de radio y los reproductores de discos a los hogares de las nuevas clases medias. En este trabajo partiremos de la hipótesis de que la ausencia de los superhéroes en museos o en galerías de arte contemporáneo aporta ya suficientes razones para su estudio. Mientras se diga que los superhéroes forman parte de la "cultura de masas" y que expresan el nihilismo popular de la "Era postmoderna", en la que la exigencia industrial de entretenimiento frívolo, doctrina vulgar y espectáculo neutro desplaza cualquier desarrollo de asuntos de relevancia política, histórica o religiosa, entonces no se dejará aparecer nada que pueda comprenderse: se aplicará al fenómeno las categorías de "cultura pop" y "Postmodernidad" y se borrará cualquier otra pista dejada por la fuente de su popularidad. Nosotros estamos intentando, al defender una determinada lectura de la novela gráfica Watchmen, revelar algo sobre los vínculos entre el género de superhéroes y ciertos aspectos de nuestro mundo contemporáneo, que es llamado por algunos "postmoderno" desde la suposición de que en él han culminado ya los procesos característicos de la Modernidad histórica -la época que se va imponiendo en Occidente a partir del Renacimiento, y que tendría algunas de sus mejores expresiones en la Revolución francesa, el despliegue de las ciencias naturales y la maquinización capitalista del trabajo- o, también, en la convicción de que por medio de ese "post-" se estaría anunciando que, en la situación de "agotamiento" de la historia en que presuntamente hemos quedado encarrilados, ya nada relevante alcanzaría a tener lugar. Siguiendo esa doctrina, afirmaríamos que, bajo el ascendente de ese signo "postmoderno", nuestro mundo ya no volverá a alojar acontecimientos de la talla de los que le dieron forma a lo largo del siglo XX, pese a las intenciones de "hacer historia" de los exaltados; toda intervención que pretendiese tener algo de crucial quedaría, incluso cuando supusiera la muerte de muchos hombres, convertida en performance [interpretación, actuación, ejecución pública de una pieza no del todo escrita], en una emisión de gestos por interpretar y sin sentido definido que, en el mejor de los casos, sólo alcanza a llamar la atención de un público que se olvida de ellos tan pronto finaliza la función. Si al exponer dicha opinión quisiéramos hacernos cargo de las palabras del Comediante, diríamos que su "todo es una broma" se convierte, desde el punto de vista "post-", en la frase "todo el ser histórico se reduce a ser broma".
La "obviedad" y cotidianeidad de algunos de los fenómenos propios de una época como -un caso extraído de nuestros días sería el de la inundación de todos nuestros espacios vitales por la tecnología electrónica de la información- nos hace olvidar que en ellos está dado todo un rastro de mediaciones previas. Por ejemplo, el fenómeno del lanzamiento de las primeras bombas atómicas y la posibilidad histórica que se inaugura con ese acontecimiento parece haber quedado encubierto como un "hecho más" a contar en nuestro presente, envuelto en "la oscuridad de lo obvio" que impide verlo en todo su carácter de signo epocal: justamente porque insistimos en verlo desde una perspectiva "humanista" o "humanitaria" muy moderna, que ofrece el reverso amable de las condiciones histórico-políticas en que se preparó su lanzamiento -pues, por paradoja, ningún país que no estuviese políticamente, como Estado, en la línea histórica de la Ilustración europea y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano podría haber dejado lugar al desarrollo moderno de las tecnologías y las ciencias que se manifiesta en ese lanzamiento: se habría quedado, como el Japón del primer siglo XIX, en condiciones políticas, técnicas y bélicas propias del latifundismo tardío. Cuando un género de ficción aparece, y también cuando se agrieta y comienza a quedar en el olvido, sigue siendo parte de acontecimientos y procesos cuya significación queda manifestada en sus ficciones, a la vista de los propios autores y los lectores inmediatos, a la vez que sustraída. El género de superhéroes, inaugurado a finales de los años 30 del pasado siglo y todavía popular -aunque quizás ya "roto", sometido a "fugas de sentido" por obras como la que estamos intentando analizar- puede resultar expresivo de nuestros tiempos en la misma medida en que aparenta ante nosotros ser "trivial", "vulgar", "subcultural". En su desarrollo y puesta en marcha como género, la ficción superheroica no tuvo por qué pretender constituir un fenómeno en que se estuviese revelando un aspecto de su época, y hasta llegó a prescindir de toda "autoconciencia crítica" que pudiese resultar atractiva para los "críticos culturales" y los "estudiosos de la cultura contemporánea". No siempre lo más significativo acaba recibiendo una gran "inauguración". Muy a la inversa, cuando copiando del siglo XIX se intentó en nuestros tiempos "inaugurar" algún nuevo "movimiento cultural" mediante manifiestos autoconscientes -como el Manifiesto dadaísta, el Manifiesto de los pintores muralistas mejicanos, etcétera- generalmente no se acertó a dar con la auténtica significación de lo que se presentaba en ellos y se intentaba inaugurar; incluso pudo quedarse todo el "movimiento" en esa manifiestación inicial de "autoconciencia", sin dejar lugar más que a una constelación de obras independientes que sólo tienen en común algunos aspectos técnicos o temas y la pertenencia a la misma época, es decir, algo que en todo caso les está servido antes de que se haga ningún "manifiesto". No en cualesquiera condiciones es posible una auténtica inauguración de algo: los actos de consagración de instituciones o empresas históricas de los augures de la Roma antigua, cuyo nombre latino ha sido conservado en el término "inauguración", sólo pretendían confirmar, por medio de los gestos rituales, el carácter de "destino" que la propia Roma ya se estaba dando en aquello que inauguraba: un destino recibido en forma de "suerte", favorable o desfavorable, pero no dependiente de la voluntad de aquellos mismos que tendrían que tomar parte en la empresa; un destino que, por así decir, desbordaba su propia situación pero no podía prescindir de sus actores. El género de superhéroes no cuenta con ningún pretencioso "manifiesto autoconsciente", y sin embargo ha tenido su papel como fenómeno propio de nuestros tiempos. Sólo mediante obras que, como Watchmen, abran en él una fisura que permita ver más allá de su sentido opaco, podríamos alcanzar a posteriori algún tipo de conciencia de su significación histórica y de las fuentes de su atractivo. Aunque por efecto del desplazamiento histórico estemos impedidos para situarnos de nuevo en la posición de sorpresa y admiración de los norteamericanos que tuvieron ante sus ojos la primera historieta impresa de Superman en 1938, contamos de nuevo, gracias a la aparición de Watchmen y el paso de los años, con la posibilidad de dejarnos reclamar por el género de superhéroes, aunque sólo sea para darnos cuenta de que pone en juego más de lo que, como "entretenimiento para jóvenes bizarros", se diría que contiene.
En este ejercicio de lectura, querríamos partir de la reinterpretación de un hecho como una necesidad -nunca, desde luego, una necesidad fatal- o mejor, de la revisión de una aparente "elección genial" como satisfacción de una deuda que se había contraído de antemano y cuyo pago había quedado pospuesto: si, como veremos, de hecho la trama de Watchmen no presenta ningún relato superheroico, tendremos que empezar a aducir algunas razones por las que quizás dicha trama no pueda ya alojar ninguna figura superheroica, y hacer ver por qué todo el "genio creativo" de Moore y Gibbons no consista, probablemente, en otra cosa que en autenticidad y rigor de los autores frente a esa deuda -entiéndase que nos negamos, de salida, a hablar de algo que pueda actuar en algunos hombres como "genio creativo". Esta imposibilidad no responde a un capricho compositivo ni a una "voluntad" de los autores por enviar un mensaje en una botella, sino que está determinada tanto por los aspectos del relato que implican directamente la comunicación entre lectores y autores como por esos respectos suyos que intentan desarrollar los contenidos propios de la figura superheroica [nos detendremos en esto en las siguientes páginas]. De esa manera, la relevancia de Watchmen como un clásico de la "novela gráfica" no pende exclusivamente de la presencia en dicha obra de una "voluntad creativa" o de un "genio" de los autores que puedan quedar "incomprendidos" o rechazados por su tiempo, sino que se debe al rigor de su localización en su momento histórico, a un saber situarse -con prudencia- entre las posibilidades que le estaban ofrecidas por las nuevas maneras de significar que se iban abriendo en el mundo contemporáneo tras la Edad de Oro de los Superhéroes. Del mismo modo que el Superman de 1938 pudo ser presentado como una línea más de la "cultura" del American Way y marcar un hito en el tiempo, Watchmen está recogiendo todo un proceso de desgaste y cambio de significados que no queda encerrado en ninguna "conciencia genial" o "voluntad creativa" de los autores. Quizás unos años antes de su publicación, su trama hubiese sido no sólo incomunicable al público, como tendría que serlo un pensamiento plenamente "genial", sino llanamente inconcebible.
Motivación y clave de nuestra lectura de Watchmen.
Todo este ensayo de lectura pone en ejercicio una tesis de partida: nuestro presente todavía no ha reflexionado suficientemente sobre cuáles fueron y siguen siendo el alcance histórico de la aparición de los superhéroes y las razones de su inmediato asentamiento en la América contemporánea, y tampoco sobre cómo este género pudo hallar tan buen acomodo, como una invención más del Modo de vida americano, en la "cultura popular" de algunos de los países occidentales que se han aventajado en la construcción del mundo histórico que se configuró tras el final de la II Guerra Mundial. Al dejar entre comillas el sintagma "cultura popular" estamos justamente atacando uno de los prejuicios en que más habitualmente tropezamos al querer deshacernos de la apariencia de transparencia y vanidad de ciertos fenómenos históricos "cotidianos", en los que, se diría, nada queda oculto a los que están más directamente inmersos en ellos. Ni siquiera los participantes de primera mano en acontecimientos excepcionales requieren en medio de la acción de una conciencia clara sobre el carácter transcendental de sus actos, que está siempre un paso por delante de toda conciencia. ¿Qué podían o necesitaban saber sobre la relación entre sus actos y la llegada de la "Era atómica" los miembros de la tripulación del bombardero Enola Gay, cuando lanzaron sobre Hiroshima un artefacto cuyo poder les era desconocido? Probablemente sólo el paso del tiempo permita situar los acontecimientos en su lugar, porque sólo en ese paso reciben su transcendencia y su plena significación; y sin embargo, tampoco basta el mero paso del tiempo a la hora de descubrir éstas y decidirlas. ¿Sabían Jerry Siegel y Joe Shuster, los padres del Superman de 1938, cuán largo sería y hasta dónde podría conducir el hilo ficticio que habían entresacado de la trama de su propio mundo? ¿Acaso podían saber que en esas primeras viñetas de Superman estaba ya reclamando su lugar una figura de ficción antes desconocida y que, en definitiva, en eso que sería la obertura del género superheroico se alumbraba un nuevo modo de decir las cosas, de dirigirse al hombre medio de nuestro tiempo y de abundar en las decisiones y las indecisiones propias del American Way? A este nivel de la conciencia histórica sobre lo que se está haciendo realmente y con qué consecuencias no podemos hablar sin más de "responsabilidad" o "irresponsabilidad". Quizás nosotros tampoco seamos capaces de tomar la medida a los superhéroes, 70 años después de su invención, por más que sea nuestro propósito aquí el de presentar una lectura de Watchmen practicada en esa dirección. Como otras expresiones de las bellas artes, las figuras ficticias populares del cómic y los géneros de discurso que las desarrollan contribuyen a la decantación queda y prolongada del estilo de nuestra época, faltándoles el estrépito y el ritmo con el que lo hacen las grandes sacudidas revolucionarias. Por supuesto, el género de ficción de los superhéroes no puede dejar de pertenecer a su tiempo, por más que quiera negarse desde la "crítica" de éste su "valor cultural", rechazándolo por quedar necesariamente unido a las industrias del entretenimiento del cómic, el cine y las series televisadas -podría incluso pensarse que sus contenidos ficticios están esencialmente determinados por la escala de mercado en que deben moverse esos formatos para resultar rentables, como determinados están los contenidos musicales de la música popular desde la llegada de los receptores de radio y los reproductores de discos a los hogares de las nuevas clases medias. En este trabajo partiremos de la hipótesis de que la ausencia de los superhéroes en museos o en galerías de arte contemporáneo aporta ya suficientes razones para su estudio. Mientras se diga que los superhéroes forman parte de la "cultura de masas" y que expresan el nihilismo popular de la "Era postmoderna", en la que la exigencia industrial de entretenimiento frívolo, doctrina vulgar y espectáculo neutro desplaza cualquier desarrollo de asuntos de relevancia política, histórica o religiosa, entonces no se dejará aparecer nada que pueda comprenderse: se aplicará al fenómeno las categorías de "cultura pop" y "Postmodernidad" y se borrará cualquier otra pista dejada por la fuente de su popularidad. Nosotros estamos intentando, al defender una determinada lectura de la novela gráfica Watchmen, revelar algo sobre los vínculos entre el género de superhéroes y ciertos aspectos de nuestro mundo contemporáneo, que es llamado por algunos "postmoderno" desde la suposición de que en él han culminado ya los procesos característicos de la Modernidad histórica -la época que se va imponiendo en Occidente a partir del Renacimiento, y que tendría algunas de sus mejores expresiones en la Revolución francesa, el despliegue de las ciencias naturales y la maquinización capitalista del trabajo- o, también, en la convicción de que por medio de ese "post-" se estaría anunciando que, en la situación de "agotamiento" de la historia en que presuntamente hemos quedado encarrilados, ya nada relevante alcanzaría a tener lugar. Siguiendo esa doctrina, afirmaríamos que, bajo el ascendente de ese signo "postmoderno", nuestro mundo ya no volverá a alojar acontecimientos de la talla de los que le dieron forma a lo largo del siglo XX, pese a las intenciones de "hacer historia" de los exaltados; toda intervención que pretendiese tener algo de crucial quedaría, incluso cuando supusiera la muerte de muchos hombres, convertida en performance [interpretación, actuación, ejecución pública de una pieza no del todo escrita], en una emisión de gestos por interpretar y sin sentido definido que, en el mejor de los casos, sólo alcanza a llamar la atención de un público que se olvida de ellos tan pronto finaliza la función. Si al exponer dicha opinión quisiéramos hacernos cargo de las palabras del Comediante, diríamos que su "todo es una broma" se convierte, desde el punto de vista "post-", en la frase "todo el ser histórico se reduce a ser broma".
La "obviedad" y cotidianeidad de algunos de los fenómenos propios de una época como -un caso extraído de nuestros días sería el de la inundación de todos nuestros espacios vitales por la tecnología electrónica de la información- nos hace olvidar que en ellos está dado todo un rastro de mediaciones previas. Por ejemplo, el fenómeno del lanzamiento de las primeras bombas atómicas y la posibilidad histórica que se inaugura con ese acontecimiento parece haber quedado encubierto como un "hecho más" a contar en nuestro presente, envuelto en "la oscuridad de lo obvio" que impide verlo en todo su carácter de signo epocal: justamente porque insistimos en verlo desde una perspectiva "humanista" o "humanitaria" muy moderna, que ofrece el reverso amable de las condiciones histórico-políticas en que se preparó su lanzamiento -pues, por paradoja, ningún país que no estuviese políticamente, como Estado, en la línea histórica de la Ilustración europea y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano podría haber dejado lugar al desarrollo moderno de las tecnologías y las ciencias que se manifiesta en ese lanzamiento: se habría quedado, como el Japón del primer siglo XIX, en condiciones políticas, técnicas y bélicas propias del latifundismo tardío. Cuando un género de ficción aparece, y también cuando se agrieta y comienza a quedar en el olvido, sigue siendo parte de acontecimientos y procesos cuya significación queda manifestada en sus ficciones, a la vista de los propios autores y los lectores inmediatos, a la vez que sustraída. El género de superhéroes, inaugurado a finales de los años 30 del pasado siglo y todavía popular -aunque quizás ya "roto", sometido a "fugas de sentido" por obras como la que estamos intentando analizar- puede resultar expresivo de nuestros tiempos en la misma medida en que aparenta ante nosotros ser "trivial", "vulgar", "subcultural". En su desarrollo y puesta en marcha como género, la ficción superheroica no tuvo por qué pretender constituir un fenómeno en que se estuviese revelando un aspecto de su época, y hasta llegó a prescindir de toda "autoconciencia crítica" que pudiese resultar atractiva para los "críticos culturales" y los "estudiosos de la cultura contemporánea". No siempre lo más significativo acaba recibiendo una gran "inauguración". Muy a la inversa, cuando copiando del siglo XIX se intentó en nuestros tiempos "inaugurar" algún nuevo "movimiento cultural" mediante manifiestos autoconscientes -como el Manifiesto dadaísta, el Manifiesto de los pintores muralistas mejicanos, etcétera- generalmente no se acertó a dar con la auténtica significación de lo que se presentaba en ellos y se intentaba inaugurar; incluso pudo quedarse todo el "movimiento" en esa manifiestación inicial de "autoconciencia", sin dejar lugar más que a una constelación de obras independientes que sólo tienen en común algunos aspectos técnicos o temas y la pertenencia a la misma época, es decir, algo que en todo caso les está servido antes de que se haga ningún "manifiesto". No en cualesquiera condiciones es posible una auténtica inauguración de algo: los actos de consagración de instituciones o empresas históricas de los augures de la Roma antigua, cuyo nombre latino ha sido conservado en el término "inauguración", sólo pretendían confirmar, por medio de los gestos rituales, el carácter de "destino" que la propia Roma ya se estaba dando en aquello que inauguraba: un destino recibido en forma de "suerte", favorable o desfavorable, pero no dependiente de la voluntad de aquellos mismos que tendrían que tomar parte en la empresa; un destino que, por así decir, desbordaba su propia situación pero no podía prescindir de sus actores. El género de superhéroes no cuenta con ningún pretencioso "manifiesto autoconsciente", y sin embargo ha tenido su papel como fenómeno propio de nuestros tiempos. Sólo mediante obras que, como Watchmen, abran en él una fisura que permita ver más allá de su sentido opaco, podríamos alcanzar a posteriori algún tipo de conciencia de su significación histórica y de las fuentes de su atractivo. Aunque por efecto del desplazamiento histórico estemos impedidos para situarnos de nuevo en la posición de sorpresa y admiración de los norteamericanos que tuvieron ante sus ojos la primera historieta impresa de Superman en 1938, contamos de nuevo, gracias a la aparición de Watchmen y el paso de los años, con la posibilidad de dejarnos reclamar por el género de superhéroes, aunque sólo sea para darnos cuenta de que pone en juego más de lo que, como "entretenimiento para jóvenes bizarros", se diría que contiene.
En este ejercicio de lectura, querríamos partir de la reinterpretación de un hecho como una necesidad -nunca, desde luego, una necesidad fatal- o mejor, de la revisión de una aparente "elección genial" como satisfacción de una deuda que se había contraído de antemano y cuyo pago había quedado pospuesto: si, como veremos, de hecho la trama de Watchmen no presenta ningún relato superheroico, tendremos que empezar a aducir algunas razones por las que quizás dicha trama no pueda ya alojar ninguna figura superheroica, y hacer ver por qué todo el "genio creativo" de Moore y Gibbons no consista, probablemente, en otra cosa que en autenticidad y rigor de los autores frente a esa deuda -entiéndase que nos negamos, de salida, a hablar de algo que pueda actuar en algunos hombres como "genio creativo". Esta imposibilidad no responde a un capricho compositivo ni a una "voluntad" de los autores por enviar un mensaje en una botella, sino que está determinada tanto por los aspectos del relato que implican directamente la comunicación entre lectores y autores como por esos respectos suyos que intentan desarrollar los contenidos propios de la figura superheroica [nos detendremos en esto en las siguientes páginas]. De esa manera, la relevancia de Watchmen como un clásico de la "novela gráfica" no pende exclusivamente de la presencia en dicha obra de una "voluntad creativa" o de un "genio" de los autores que puedan quedar "incomprendidos" o rechazados por su tiempo, sino que se debe al rigor de su localización en su momento histórico, a un saber situarse -con prudencia- entre las posibilidades que le estaban ofrecidas por las nuevas maneras de significar que se iban abriendo en el mundo contemporáneo tras la Edad de Oro de los Superhéroes. Del mismo modo que el Superman de 1938 pudo ser presentado como una línea más de la "cultura" del American Way y marcar un hito en el tiempo, Watchmen está recogiendo todo un proceso de desgaste y cambio de significados que no queda encerrado en ninguna "conciencia genial" o "voluntad creativa" de los autores. Quizás unos años antes de su publicación, su trama hubiese sido no sólo incomunicable al público, como tendría que serlo un pensamiento plenamente "genial", sino llanamente inconcebible.
2 comentarios:
Un post maravilloso con el que expresas mejor que yo algunas ideas que ya tenía sobre el género de superhéroes y lo que a éste significa Watchmen. Te aseguro que voy a seguirte en tus siguientes entradas. Gracias.
Gracias a ti, visitante anónimo. Aunque haya muchos lectores de cómics de superhéroes, no es fácil reclamar la atención del público para un blog como éste. ¿Hoy no es, según el calendario católico, el día en que -al menos en España- se solía colgar un monigote de papel en la espalda de algún incauto? -Me temo que acaba de complicarse la interpretación de la frase del Comediante "todo es una broma"...
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