jueves, 4 de diciembre de 2008

Notas a la sección sobre Rorschach.

NOTAS:
(1). No nos vamos a conceder ya lo más "obvio". Lo "obvio" aquí sería clasificar al enmascarado Rorschach como "ultraconservador yankee"; y asumir esa obviedad supondría cegarnos ante el pleno alcance de sus palabras. Pese a que la imposición y preservación de esta "moral americana" en una nación política disoluta pueda estar vinculada a la defensa de una opción política -política en el sentido de "relativa al juego de alternancia de la autoridad temporal y los poderes del Estado entre una multitud de partidos"- sólo es secundariamente política en ese sentido. Es política en un sentido mucho más originario: en el sentido fundamental en que política y moral desvelan su mutua necesidad en el mundo histórico, tal como queda apuntado en reconvenciones del tipo "compórtate como un hombre civilizado, y no como un salvaje". (Dicho sea de paso: ¿es que no hay moral fuera de las civilizaciones? Y ¿desde qué civilización existente se plantea la pregunta y se determina qué es lo "civilizado"?). Es claro que la preservación de esa moral americana puede ser descuidada o entorpecida por los partidos políticos: cualquier partido político puede defraudarla si lo que debe hacer es encandilar a las masas que se sienten "enajenadas" por ella. La moral americana de Rorschach está mucho más allá del programa de cualquier partido político: vale e impone deber a los "buenos hombres (americanos)" independientemente de que los programas de los partidos políticos la contemplen o no. Los políticos americanos podrían haber traicionado el "espíritu de la libertad y la democracia americanas" que se encierra en esa moral. Es por esto que Rorschach no se detiene ante ninguna autoridad temporal, ni debe obediencia a las leyes sancionadas por los partidos políticos cuando éstas ignoran la voz de dicha moral. No podrá el acta Keene del 77, aprobada por el Senado, forzar su retiro; tampoco el expediente por homicidio que motiva su persecución policial será razón para abandonar la máscara. La fidelidad a la "moral americana" puede tener lugar incluso cuando los poderes políticos fallan a su preservación o la persiguen. Cuando habla de "(...) la senda de los hombres buenos como mi padre, como el presidente Truman" [I, 1], no encuentra en esa senda a autoridades políticas, sino a autoridades morales. El presidente Truman era, por cierto, miembro del Partido Demócrata de los Estados Unidos, y no un seguidor del Ku Klux Klan; se le recuerda, a bote pronto, como el presidente que autorizó el lanzamiento de las bombas atómicas que precipitaron la rendición del Japón en el 45.

(2). "Miro el test de Rorschach. (...) Parece un gato muerto que encontré una vez, lleno de gusanos brillantes y gordos (...). Pero incluso eso es evitar el verdadero horror. El horror es que, al final, sólo es un dibujo de una negrura vacía sin sentido. Estamos solos. No hay nada más." (VI, 28)]

(3). Ante la aparición de esa sonrisa en las viñetas de Watchmen, y especialmente cuando ésta tenga lugar en las escenas en que toma su propio papel tras la muerte del Comediante y no es ya un acompañamiento de las actuaciones de éste -merced a lo mismo por lo que el símbolo se imprime sobre su rostro como una cicatriz [II, 14] y se impone como destino más allá del personaje- es necesario que el lector atento no baje la guardia. Los momentos dramáticos marcados por la sonrisa parecen colaborar de un modo arquitectónico en la preparación del sino de Veidt y en la inversión cómica del sentido de sus acciones durante la trama, destinadas a encumbrarlo ante sí mismo como Ozimandias y tutor de unos "nuevos tiempos" de la Humanidad [capítulo 5]. Obsérvese cómo esta sonrisa marca ordenadamente la decantación de la trama: cuando se forma "casualmente" en la última viñeta del capítulo VII, y al reaparecer para volver a quedar manchada, como la sonrisa que inicia la historia, en la última viñeta del último capítulo. Lo común a estos puntos de la historia es la presentación de dos de las decisiones por las que el secreto de Veidt y el éxito de su plan para "salvar el mundo" quedarán comprometidos: la decisión de Dan y Laurie de acudir al rescate de Rorschach, que permite al enmascarado reanudar la escritura de su diario y hacer en él las anotaciones que señalan a Veidt como culpable de la "conspiración contra los Vigilantes", y después la recuperación y lectura inminente del diario en la redacción del New Frontiersman [XII, 28]. Asimismo, la aparición del símbolo a la llegada del diario a esa misma redacción [X, 24] unas horas antes de la culminación del gran plan de Veidt puede valer como un hito de la preparación del gag total -o broma, pero ¿una broma de quién?- que se impone sobre el conjunto de la historia: marca el momento en el que el diario de Rorschach es echado a la "pila de los pirados" para ser recuperado en la final aparición de la sonrisa. De ese modo, en el tiempo en que se retrasa la lectura y publicación del escrito respecto de su llegada al periódico ultraderechista, puede mantenerse provisionalmente el secreto de los actos de Veidt; este secreto queda guardado por una casualidad que parece, antes que casualidad, una broma preparada por alguien que quisiera dejarle todavía ocasión para ejecutar el monstruoso plan y, al mismo tiempo, disponer los medios necesarios para delatarlo en caso de que lo lleve a cabo. También, al formarse el símbolo alrededor de las ruinas del palacio marciano de Osterman [IX, 27] anuncia, además del regreso del Dr. Manhattan a la Tierra, la imposibilidad de que éste pueda ocupar el lugar del Dios Relojero que debiera velar por la conservación de la vida. A pesar de que no pueda impedir la ejecución del último punto del programa de Veidt, Osterman llega a tiempo de vaticinar ante éste el derrumbe final de la gran paz de Ozimandias y el próximo fracaso de su empresa titánica [XII, 26 y 27]. Volveremos sobre esto en las siguientes secciones, examinando cuál pueda ser el sentido agregado a esas apariciones por el "sello" de la sonrisita amarilla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

rorschach es símbolo de la verdad hasta sus últimas consecuencias.Además es el único defensor que tienen los anónimos ciudadanos de NY sacrificados por Veidt.

Joaquín A. F. dijo...

Como vengo intentando defender, a Rorschach hay que verlo precisamente así: "un símbolo de la verdad hasta sus últimas consecuencias", pero en el sentido de la frase en que el que la lee puede hacerse cargo, de alguna manera, de la gran caída de la noción de verdad-bien anunciada en la obra de Nietzsche, es decir: leyendo la misma frase, pero puesta del revés en su sentido, como la acabará poniendo el mismo desarrollo del mundo contemporáneo hacia su signo nihilista, no meramente "escéptico" o relativista, sino nihilista -según Nietzsche. A una de las afirmaciones más divulgadas de Nietzsche nos refiere la cita al final del capítulo VI "El abismo te devuelve la mirada", y lo hace de tal modo que, después de escuchar el relato de Kovacs/Rorschach sobre su asunción de la máscara como la última "verdad" sobre sí mismo, resulta oportuno completar la "defensa de la verdad" que hace Rorschach con su reconocimiento de que bajo tal "verdad" no hay ningún fundamento o "fuerza metafísica": la "verdad" se reconoce, así, como "una hueste en movimiento de metáforas, una moneda que ha perdido su troquelado y ahora se toma como metal", en palabras de Nietzsche. Y sin embargo, después de esa caída, se hace urgente, si no se cuenta con otro modo de "interpretar la existencia" -el gran "test de Rorschach"-, agarrarse como nunca antes a esa "verdad", ahora descubierta como un gran fingimiento, pero el único fingimiento en que, para el hombre que no se ha recuperado del descubrimiento, vale la pena vivir: "la verdad como deber" y "el deber como única verdad". La defensa de "la verdad-Bien", en tanto es rígida, metafísica, y pura en su pretensión de imparcialidad, acaba conduciendo, según Nietzsche, al vaciamiento de la misma idea: por eso, "pensada hasta sus últimas consecuencias, la idea platónica de verdad-Bien" queda invertida y desgastada, hasta desplegar su condición de "ficción", de "imposición de sentido sobre el test de Rorschach": ése es el proceso de desmoronamiento histórico y social en que se ve inmerso Kovacs, y al que intenta enfrentarse: "el auténtico rostro del siglo XX", dice él. Ante esa inversión, que ya es inevitable para nuestro mundo occidental, Rorschach y Veidt desarrollan respuestas incongruentes, pero que acaban compartiendo algo: su alegre confusión, hondamente nihilista, entre la máscara y el rostro, que -especialmente al segundo- les libera, paradójicamente, de las ataduras a las que está sujeto aquel que, como el superhéroe común, no ha perdido la "inocencia" sobre la "verdad" y el "deber", queriendo defenderlos como si hubiesen sido revelados por un Dios. En este sentido estoy de acuerdo contigo: Rorschach es un símbolo y un producto de "la verdad" hasta sus últimas consecuencias. Pero no comparto tu segunda afirmación: según mi lectura de la obra, Kovacs -y no Rorschach- se pondrá de parte de los que NO han muerto por efecto de la gran intervención de Ozimandias [véase nuestro "Amantes de Hiroshima (II)" en este blog]. La defensa de la pequeña verdad "Veidt mató a Blake y media Nueva York" en esas circunstancias sólo es posible como un "deber" para Rorschach cuando éste ha asumido ya la caída de la gran verdad-Bien, y siente la necesidad de defender ese "deber" precisamente como la única ficción en que tiene sentido continuar la vida, sin más consideraciones: si él no asume esa defensa, ningún Dios lo hará, porque ese "deber" no responde a ninguna necesidad metafísica que vaya a asegurar el triunfo final de la "justicia". Rorschach sólo tiene el deber (moral), y eso es todo lo que hace valer su propia vida o la de sus conciudadanos. Pero quien sólo tiene el deber para sobrevivir, vive en un mundo desesperado, en el que, como dice el propio Rorschach, toda ilusión se ha helado y se ha hecho pedazos: por eso es necesario actuar en nombre del "deber", sin conmiseración, sin esperar ninguna intervención de fuerzas metafísicas que respalden su "Verdad" (en sentido fuerte): actuar por deber, sean cuales sean las consecuencias.