jueves, 25 de diciembre de 2008

El mito del primate y el ángel (según Rorschach y según Ozimandias).

Elevándose sobre los cadáveres de los habitantes de Nueva York, la contracubierta de un número de Relatos del Navío Negro proclama con entusiasmo: “Con el método Veidt de mejora física y mental tendrás un cuerpo perfecto” [XII, 6]. Introducir en la historia contemporánea un “cambio de tono”, una cesura poética tras la cual sea posible la llegada en masa del Hombre del Mañana (Superman), es parte de la tarea semidivina que Adrian Veidt debe enfrentar, a costa del “hombre (imperfecto) del presente”, para ganarse su lugar en “el club de las leyendas” [XI, 8].
Adrian Veidt, al cobrar plenamente el aspecto de Ozimandias moderno y “cortar el nudo gordiano“ [XII, 19] anuncia a los enmascarados: “(...) viviréis en una edad de conocimiento tan deslumbrante que la humanidad rechazará la oscuridad de sus corazones...” [XII, 17]. El planteamiento de la tarea que debe encumbrarlo como Ozimandias está, pese al “entusiasmo progresista” que lo recubre, íntimamente sujeto a una de las más siniestras comprensiones escatológicas de la “naturaleza humana”: esa comprensión según la cual el “hombre“ es una criatura en la que se reúnen dos naturalezas acabadas -a saber: la del ángel y la del bruto-, o en otros términos, una cara plenamente luminosa y otra plenamente vil -el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde- entre las que algún tipo de “ violencia compulsiva“ -una Ley moral, o un gran “acto revolucionario” como el de Ozimandias- puede forzar una conmutación, momentánea o definitiva: “OFF“ para el gorila y “ON“ para el ángel. Esta comprensión, por más que le pese al “progre“ que confía en la perfección de la Humanidad, está emparentada con la otra que, rebosante de puritanismo religioso, opera tras la opción de Rorschach por la desconfianza radical en la existencia humana.


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Cuerpos humanos del hoy y cuerpos angélicos del mañana.

La presentación del hombre como un cuerpo de primate "que se viste la liviana seda de una cultura moral", pero que, en esencia, es capaz de deshacerse de ese ligero disfraz moral tan pronto éste impida la satisfacción de sus deseos o de su ímpetu de dominio, es el correlato de la sospecha radical sobre la existencia que mantiene la vida de Kovacs sumida en la desconfianza. La experiencia de Kovacs en el 75 durante su investigación del secuestro de la niña Blaire Roche, descuartizada por su raptor y eliminada como comida para los perros, supone para aquél la confirmación de esa inicial indiferencia de la vida humana ante toda ordenación moral, indiferencia a la que sólo como Rorschach puede hacer frente. Que un solo hombre sea capaz de producir tal horror y continuar con su vida "como si no hubiese muerto su alma moral" es ya prueba suficiente contra todos los que, como él, sean hombres: da la calidad del material del que estamos hechos todos los que compartimos su "condición humana", o por lo menos, la calidad de nuestros vínculos morales recíprocos. No entremos ahora a discutir si esa ambigüedad inicial de la vida humana ante los imperativos morales es universal y se extiende sobre toda la especie biológica en todos los tiempos o si sencillamente es un fenómeno localizado -histórico, por tanto- derivado de ese carácter desdivinizado y "postmoderno" del mundo contemporáneo, que tiene su origen, antes que en algún atavismo genético, en la fractura y debilitación de toda ordenación político-moral que acompaña a nuestro presente. El pensamiento que parece estar guiando la conversión de Kovacs en Rorschach es el siguiente: si la condición de la existencia humana es tal que permite, de facto, que ésta ignore a su conveniencia y sin límite los imperativos morales, sin que por ello se extinga su impulso vital, entonces la actitud fundamental que, desde una interpretación moral de ésta, cabe adoptar hacia la vida del propio cuerpo y la de los otros cuerpos, es la de colocarle y mantener tensas las riendas de un "piloto moral" que la domeñe, para el cual el cuerpo ha de servir como mera marioneta que le dé ocasión de imponerse sobre toda existencia, "mientras quede vida". Sólo así es posible que la vida humana pase de ser indiferente al deber -como lo es en principio- a ajustarse a él, a transcurrir conforme a él -independientemente de los motivos (nota 1). Ese "piloto moral" es, en el caso de Kovacs, el vigilante Rorschach. Así es como podemos comprender la extraña relación entre la máscara y el cuerpo de Kovacs: ésta no sólo convierte su alimentación en un trámite inexcusable, contentándolo con terrones de azúcar y judías precocinadas [I, 11], sino que le prohíbe ceder ante el dolor [V, 28], el frío polar [X, 27], el cansancio [V, 11] o se niega a concederle el "lujo" del aseo: el cuerpo sólo debe servir al deber, y sólo actuará para hacer cumplir el deber.
Además, este relato de la indiferencia esencial del cuerpo humano a la moral, tan asociado al fondo puritano de la formación de Kovacs, se completa con el relato de la bestial violación de Sally Juspeczyk a manos de un joven Edward Blake, que es contemplada por una complaciente cabeza disecada de gorila [II, 6 y 26]. Pero, ¿acaso esto habla de inmediato a favor de la concepción de Kovacs del hombre como un "primate con modales que debe ser vigilado", o sencillamente nos hace ver que en toda persona sometida al desgaste de la desmoralización contemporánea, aunque ésta sea centralmente una criatura moral y vaya en su cuerpo inscrita una necesidad de "costumbres", hay una posibilidad de abundar en la bestialidad y la amoralidad como sólo alguien moral -y no un primate- podría hacerlo? No podemos dejar de observar que media en la formación del cuerpo de todo hombre existente, hasta el punto de quedar inscrita en su rostro y concederle su expresividad, una necesidad interna de ordenación moral de su vida como cuerpo humano, esto es, una necesidad de hacer de su mero mantenimiento fisiológico algo sujeto a una biografía (que incorporará ya categorías morales e histórico-políticas: oficio, familia, religión, etcétera). Alan Moore, tanto en este pasaje de la violación de Sally Juspeczyk como a través de las intervenciones de Mr. Hyde en La liga de los Hombres Extraordinarios, tiende a presentar ese otro aspecto "oscuro" de la "naturaleza humana", esto es, esa posibilidad del hombre civilizado de desprenderse de sus "ataduras morales" tan pronto falle la vigilancia, como motivo de burla ante toda interpretación moral abstracta que, al estilo de la "moral desencarnada" de Rorschach, desee deshacerse del cuerpo humano y sus ritmos internos de un plumazo. Por supuesto, como él mismo hace notar [véase La liga (...), vol. II, nº5, pp. 21 y 22] por boca de Mr. Hyde -ese "primate vestido con traje de caballero del Imperio inglés", diría Jeckyll-, cuando permite que éste emita sus juicios "genealógicos" sobre las inhibiciones del Dr. Jeckyll -"esa maricona presbiteriana", dice Hyde-, toda moral "angélica" que intente la negación continua del "sucio" cuerpo humano -su "represión", su abstracción, su instrumentalización- acaba valiendo, por inversión, como entrega total de esa misma "sucia" vida del cuerpo a las ciegas saturnales de una exuberancia vital desordenada que parece desconocer radicalmente toda cultura moral. Mr. Hyde puede resultar bestial, en lugar de humano, en la misma medida en que el Dr. Jeckyll pretendió ser angelical, en lugar de humano. Querer tratar el cuerpo humano -viene a decir Hyde- como si pudiese destilarse en él un ángel inmortal, es condenarlo a quedar apartado de toda posibilidad de aproximarse, tal cual es, a cualquier incardinación moral de su actividad como cuerpo vivo mortal. Obsérvese que ese hiato Jeckyll/Hyde, ángel/monstruo, se encuentra presente con un aspecto no menos político que moral en la interpretación de Adrian Veidt del conjunto de los males de la historia universal y los conflictos de su propio presente histórico: como hombre total, ilimitado, actúa llevado por la vislumbre de una Humanidad unificada, solidaria (frente a un fantasmal enemigo extraterrestre), una "Humanidad" completamente libre de fronteras y disarmonías, esto es, de desajustes entre partes en conflicto; concibe su destino en una armonía sin restricciones que sólo podría darse en ausencia de las contradicciones -dialéctica entre cada organismo y su entorno, dialéctica entre individuos vivos, dialéctica histórica entre clases, dialéctica histórica entre imperios- que tienen que ver con la escasez material: la escasez de los elementos que permiten sustentar la vida orgánica y, a otro nivel cualitativo -mediado por el trabajo-, la vida histórica de los hombres.
¿Puede algún ser viviente quedar exento de esa "oscuridad" de la "lucha por la vida", de esa condición "grosera" y violenta de los cuerpos vivientes, que puede llegar a convertirse en derramamiento de sangre, en "mancha" o "miasma original"? Quizás los ángeles, si es que existen. Compuestos de materia sutil y no necesitados de alimentos que repongan el desgaste estructural de sus cuerpos, sólo los ángeles, ajenos a la escasez material que exige a los seres mortales -todos los seres orgánicos conocidos- tomar de su entorno lo necesario para vivir incluso cuando sea a costa de otros individuos o especies, conocen la posibilidad de escapar a toda disarmonía y, con todo, seguir vivos -porque lo están, aunque no sean corruptibles, esto es, mortales. Adrian Veidt es, en tanto pretende quedar libre de ese "carácter bestial" de toda vida por la inflamación de su "espíritu universal", un ángel; sus enfrentamientos, directa o indirectamente violentos o asimétricos, con otros seres humanos, deben dejar incólume su "vocación a la Armonía total" -también cuando supongan derramamiento de sangre-, por lo que son envueltos retóricamente en una "serenidad ascética" y un "dolor por el dolor del otro, pese a que tenga que ser vencido". Su orientalismo y su vegetarianismo son también expresiones del pensamiento "armonista" -tan discutible- que pretende poder mantener el mundo y su "progreso hacia mejor" al tiempo en que expulsa de éste los conflictos, las oposiciones en que se desenvuelven, mantienen y evolucionan las cosas, la historia, y nuestra propia realidad de cuerpos vivientes. En dicha "gnosis armonista", esos conflictos quedan desprovistos de su papel positivo de "motores de la evolución" -así son considerados por el biólogo soviético Oparin en El origen de la vida, según la ortodoxia leninista del Materialismo dialéctico de Marx y Engels- y son despreciados de inmediato como una "rémora sobrepuesta", accesoria, que impediría el despegue de la realidad hacia una "perfección cenital de todas las cosas", presuntamente ya prefigurada en ellas y "en germen" -una perfección que, afortunadamente, es inalcanzable, o sólo alcanzable en la paz del cementerio. Una persona angelical, "integrada en la armonía del cosmos", no es, como Veidt sobreentiende, aquella más "totalmente humana": el Dr. Manhattan, el único ser con superpoderes conocido, presenta efectivamente algunos de los atributos propios de un ángel de la Ontoteología moderna (incorruptibilidad del cuerpo, sutilidad de la materia que lo compone -sutilidad que permite su teletransporte-, conocimiento intelectual directo de futuro y pasado según el "plan universal", ruptura del "engañoso testimonio de los sentidos"), y sin embargo, no es "humano". Antes bien, se muestra internamente incapaz de tomar parte en los asuntos humanos: el orden que el Dr. Manhattan encuentra en su retiro al escenario marciano, que viene a ser -en el contexto de la trama- la prefiguración de una Tierra en la que la biosfera se ha eliminado a resultas de la III Guerra Mundial -una auténtica "paz perpetua" (del cementerio)-, es la única armonía a la que un cuerpo angelical puede sumarse como tal, pese a lo que se prometa Veidt. Insistiendo en saltar los "límites" entre el ángel y el "violento" ser humano, el plan de Ozimandias persigue instalar una "paz perpetua" que no sea esa paz de la superficie desértica de Marte, sino una paz cosmopolítica. A cambio de la renuncia a todo conflicto, ese pensamiento de la Armonía ofrecería una vía por la que el individuo viviente tendrá enfrente su "perfección" (ilusoria) tan pronto se declare al margen de enfrentamientos o relaciones polémicas -como las que suponen algún tipo de violencia, dominio o desigualdad sobre otros seres- con el resto de la "Gea" viviente. Desde este punto de vista, Adrian Veidt es un hippie mimetizado en "el Sistema" o un hombre de negocios de la New Age, que trata con sus empleados "de igual a igual" [remito a sus notas de trabajo en el apéndice de X] y procura reservar parte de su agenda para las obras de beneficencia [véase VII, 14]. Antes de su retiro como justiciero enmascarado, era ya el más popular de los vigilantes. Y sin embargo, este "ángel humano", aun cuando pretenda quedar exento de toda relación de oposición real que suponga alguna traba a su propia "perfección" o que estorbe la perfección de las otras cosas o los otros hombres en la "armonía universal", debe ser reclamado repentina y abruptamente por lo que él mismo llamaría su "lado oscuro", de una manera tan "pura" que resultará desconocida y horrorosa incluso para los que, como Edward Blake, recorren como hombres un camino antagónico al de la "integración en la Armonía total". "En Vietnam hice cosas horribles, maté a algunos niños, pero nunca hice nada así", es todo lo que acierta a decir Blake ante Jacobi, deslumbrado por la siniestra perfección de los planes de Veidt para la pacificación del mundo. Como en el mito de la caída de Lucifer, este angélico Veidt, con su cuerpo y su intelecto sutiles, resulta, en relación a los hombres corruptibles, tan perfecto, inalcanzable e ilimitado en su maldad como puede haberlo sido en su aparente bondad. Finalmente, quien quiere hacer de la perfección del mundo un instrumento para su propia perfección -como secreto Ozimandias, según lo que dice en [XII, 20]: "He salvado a la Tierra del infierno. Ahora la guiaré hasta la utopía."-, se ve arrojado al foso oscuro de la monstruosidad: si antes el mundo no estaba a la altura de su perfección, después de la manifestación de su "lado oscuro" es él quien acaba siendo rechazado por el mundo, encerrado como monstruo en la misma distancia por la que él creía habérsele aventajado como "hombre del mañana". En la última viñeta en que aparece Veidt [cap. XII p. 27], lo vemos de espaldas al mundo encerrado en la esfera astronómica, el Todo que él creía haber dominado; Ozimandias es presa de la soledad que llena su propia sombra, atrapado fuera de ese mundo con la misma perfección con la que se le había adelantado y lo había juzgado como hombre total. El náufrago de los Relatos del Navío Negro -como veremos en nuestro cap. 5- queda expuesto, en su locura, a la misma visión del Infierno que acude a los sueños de Veidt: "Por la noche, sueño que nado hacia un horrendo..." [XII, 27].
Si el lector ha encontrado de interés este tema de la "suciedad" y la "oscuridad" del cuerpo y su reclamación frente al "angelismo moral", podrá seguirle la pista en otras obras escritas por Moore. Tras Watchmen, Alan Moore ha desarrollado una y otra vez el asunto del conflicto entre la civilización contemporánea -se entiende que la anglosajona, que es la original del escritor- y los aspectos del cuerpo humano siempre resistentes a la civilización, vinculándolo a la necesidad de mitos paganos, a la búsqueda de la divinización del cuerpo por medio del sacrificio ritual del mismo o la fascinación por su fertilidad: así puede entenderse mejor la tarea sangrienta del Dr. Gull como Jack el Destripador -en realidad, arúspice moderno, que lee el destino del venidero siglo XX sobre las entrañas de las prostitutas que sacrifica al Dios masón- en From Hell, el destino del imposible camino de vuelta a la matriz individual pintado en El amnios natal, o la presentación de la mitología de Lovecraft como vía de revelación de esa "parte oscura de la naturaleza humana" en The courtyard. Sólo recuerde hacerse una pregunta: ¿en qué sentido puede haber una "naturaleza humana" para un hombre como Moore, que parece estar lejos de quien cree en un Dios que hubiese dispuesto tal "naturaleza", tal esencia "inmutable" de la especie? ¿Qué es el cuerpo humano al margen de la cultura material, sin los medios y los frutos del trabajo? [Véase el opúsculo de Engels El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre].

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NOTAS
(1) Los motivos psicológicos de la vigilancia moral del Sueño Americano son irrelevantes en el rigorismo de Rorschach, porque como elementos de una vida humana ajena en esencia a lo moral, no pueden conceder o restar mérito: quedan anulados en el ajuste o el desajuste de los actos a imperativos morales que ya no son psíquicos, ni se encuentran dados en el plano de la existencia individual, que debe ser ajustada a un orden externo. "¿Algún rasgo de nuestras personalidades [las de los enmascarados]? ¿Algún ansia animal por luchar y combatir que nos convierte en lo que somos? No importa. Hacemos lo que debemos.", dice Rorschach en II, p. 26.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Más que interesante. Lo único que quizá falle un poco es el formato por el cual podemos leer las reflexiones, blogspot no ofrece plantillas adaptadas para leer textos largos. Una pena, pero continuaré "vigilando" tu trabajo ;).

Joaquín A. F. dijo...

Gracias por tu visita, Aidev. He tenido presente tus comentarios acerca del formato y la plantilla del seudoblog, que coinciden con los de otros lectores y amigos que lo visitaron. en un intento de facilitar la lectura, he modificado "a tientas" algunas variables de la plantilla original, con el propósito de rebajar la "densidad visual" de la presentación.
Espero poder publicar el conjunto de este trabajo sobre papel dentro de un año: ese soporte era el destino inicial de sus contenidos y el único sobre el que quizás pueda seguirse con relativa comodidad.
Te agradezco de nuevo tu apoyo.
Saludos,
el autor de este seudoblog